Historia de amor 

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Silvia Horowitz::
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Historia de amor
Algunos la conocen, porque ya la conté en una novela. Es la gran historia de amor de mi familia.
Ella era hija de judíos ucranianos. Él, de tanos. Se criaron en el mismo conventillo del Abasto. Cuando ella tenía 16 y él 17, se enamoraron. El muchacho pidió permiso para cortejarla, pero el padre de ella se opuso porque era goy. Entonces, se escaparon juntos a Rojas, a la chacra de un pariente de él. La familia de ella la fue a buscar y la trajo de las mechas. Pensaban que, ante el hecho consumado y la deshonra pública, el terco del ucraniano los iba a dejar casarse. Pero no fue así. El viejo se emperró y la casó a la fuerza con un paisano. Para que aceptara cargar con una mujer estropeada, le tuvo que dar el camión que usaba para hacer fletes. El yerno pasó a ser el patrón del suegro, que -enajenado el móvil- trabajaría de peón.
Pasaron los años, tuvieron hijos que crecieron y se casaron. La rusita del Abasto enviudó. Un día, la hija cayó sin aviso y la encontró tomando un te con masas con un señor. Era el tano. No sabemos cuándo se reencontraron. Si fue antes o después de la muerte del marido de ella. Pero, blanqueada la relación, se siguieron viendo mientras ella estuvo bien, y -cuando tuvo el ACV- él continuó visitándola en el geriátrico. Dos veces por semana, con un paquete de masas finas. Y, aunque ella ya muchas veces no lo reconocía, tomaban el té y él le acariciaba las manos.
Cuando mi abuela murió, mi vieja no sabía cómo avisarle. Don Carlos llegó con sus masas y se enteró por una enfermera. Pero mi vieja había dejado su (nuestro) teléfono. Don Carlos la llamó y se acercó una tarde a dar y recibir el pésame. Y dijo que siempre la recordaría vestida de azul, como el día en que la descubrió mujer y se enamoró de ella en el conventillo del Abasto.

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