LOS CAMPOS DEL HORROR. BITÁCORA DE VIAJE. Por Romy Schneidermann

 

Majdanek, invierno del 2020.

 

Algunas horas después de visitar Majdanek, recorriendo las calles de Lublín pienso en todos y cada uno de los hombres y mujeres cobardemente asesinados por la bestia nazi con la complicidad de quienes dentro y fuera de los límites de Alemania optaron por la indiferencia.

Me detengo a reflexionar en la miserable cobardía de los soldados alemanes que creyéndose héroes salpicaron de sangre y horror estas mismas veredas hace apenas 80 años, arrancando literalmente de sus hogares a indefensos niños, adultos y ancianos a la postre salvajemente conducidos hacia la peor de las muertes.

Pienso como mujer en las abuelas que no pudieron ver crecer a sus nietos, en las madres cruelmente separadas de sus hijos, en las niñas que jugaban a las muñecas soñando convertirse en madres. Pienso también en sus sueños arrebatados, y que se fueron de este mundo sin conocer el amor. Mis pensamientos se detienen una y otra vez en todas aquellas chicas que no pudieron ser primas, hermanas o amigas, y que yo sí podré, y no será por obra de la casualidad.

Comprendí que no estoy en este mundo por arte de magia sino por las sabias decisiones que tomaron mis antepasados en el momento justo.

A veces damos tantas cosas por consabidas procediendo de manera refleja y no nos interrogamos acerca de qué hubiera pasado si nuestros bisabuelos o abuelos no hubieran optado -mientras se hallaban en condiciones de hacerlo- por irse de los países avasallados por la Alemania nazi.

¿Cuántos de nosotros existiríamos de no haber mediado el sacrifico y el coraje de quienes aún exhaustos pero lejos de entregarse a su suerte, jamás abandonaron su lucha para preservar su bien más preciado: la vida?

¿Qué hubiese acontecido de haber ellos claudicado en sus esfuerzos por vencer a la fatiga y la desesperanza?

¿En algún momento te lo preguntaste? Yo lo hice por primera vez hoy 6 de enero de 2020 (a tres semanas de que el mundo conmemore el septuagésimo quinto aniversario de la toma de Auschwitz a instancias de las fuerzas soviéticas), en mi visita al campo de concentración y exterminio de Majdanek.

Sí, pude no haber existido, pero aquí estoy asumiendo mi responsabilidad como mujer, como judía y docente, de mantener vivas a través de mi relato todas aquellas historias que hoy no pueden ser contadas.

Concluyendo, no debo dejar de reconocer que entre la infinidad de interrogantes que se me plantearon a lo largo de mi estadía en Polonia, existe una que cobró especial importancia: ¿Qué fuerza interior me condujo a este país señalado por la historia como el sitio donde el hombre habría de construir sobre la tierra el peor de los infiernos?

La respuesta parece obvia: estoy aquí en primera instancia porque quiero, porque considero que es un viaje que todo judío debe hacer en su vida y, a su vez, porque puedo y ello se lo debo al simple hecho de estar viva.

Sí, dichosamente viva y orgullosa de mis amados ancestros y su inconmensurable apego a la vida.

Hoy, más allá del porqué, comienzo a comprender definitivamente el “para qué”, vale decir, nuestro deber como pueblo de no permitir bajo ninguna circunstancia que quienes allí sucumbieron sean olvidados.

Bendita sea su memoria.

 

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