“COMO DOS EXTRAÑOS”, un cuento de la escritora argentina Berta Brunfman

 

A Romero lo conocí bailando en la milonga de la glorieta del parque de Barrancas de Belgrano. La cita para los amantes del tango, era los sábados por la noche, coincidiendo con la aparición de la primera estrella. Nunca supe su nombre. Todo el mundo, lo llamaba por su apellido, Romero, Romerito.

Romero usaba siempre una camisa blanca que parecía quedarle grande y un pantalón negro. Se podría decir, que él no era nada especial, digo, como bailarín y tampoco era buen mozo. Más bien pasaba desapercibido, y muchas veces se frustraba, cuando quería bailar con alguien.

Vivía en Villa Crespo que según su parecer se trataba de una verdadera república tanguera donde se gestaron grandes bailarines y cantores del rubro. Cuando hablaba sobre aquel asunto demostraba saber mucho, y entonces la gente si lo rodeaba para escucharlo contar sus historias. Pero cuando la música comenzaba a sonar, Romero quedaba solo nuevamente, pagando, como quien dice en la milonga.

Una noche de luna llena ,apareció la griega, una mujer hermosa como pocas .Nadie antes la había visto por ahí . Era alta, tenía cintura estrecha y un par de ondulantes caderas que rubricaban sus bellas formas. A todo eso lo acompañaban, sus enormes ojazos oscuros, que ocupaban media cara y su brillante melena negra.

Los hombres de la glorieta, se quedaron mudos al verla. Las mujeres, la miraban de costado, midiéndola con recelo.

Ante tanta perfección, no había quien se animara a sacarla a bailar. Cuando de pronto, comenzó a sonar el tango,“ Como dos extraños,” y la griega salió a bailar sola, atrapando miradas . Tarareaba además, la letra del tango que dice:”Me acobardó la soledad, y un miedo enorme de morir, lejos de ti”…. mientras que los varones de la milonga, precisamente acobardados frente a tanta belleza, le seguían los pasos desde lejos.

El que se animó a sacarla a bailar fue Romero, que abrazándola contra su pecho, logró apartarla de su solitario, destino danzante.

Aquella noche de continuas sorpresas , el desconcierto fue general y el dúo, dio rienda suelta a una sinfonía de cortes y quebradas que dejaron a todos sin aliento. Romero demostró sus dotes de eximio bailarín, cuestión que, hasta ese momento, nunca había revelado. Por fin se supo entonces, que lo que pasaba con él era que no había hallado una pareja de tango de su talla. Alguien, capaz de seguir a un bailarín, tan prodigioso. Cuando terminó el baile, los dos se sentaron a conversar. Así fue como nos enteramos a través de Romero ,que esa bella mujer, era griega. Había nacido en Atenas, y vivía en Buenos Aires desde los cinco años. Se llamaba Artemisa como la diosa de la luna y de la caza, y haciendo honor a su nombre lo cazó a Romero, creando imprevistas, terrenales redes.

A partir de esa noche, Romero empezó a esperarla para bailar nuevamente, pero fue en vano. Cuando pasaban el tango “COMO DOS EXTRAÑOS”, se ponía ansioso, pero al cabo de un rato, terminaba sumido en peligrosa melancolía.

Desesperado, un día visitó a madame Berthe, una tarotista que anunciaba sus poderes por el barrio . Las cartas, dijeron que la griega no era de este mundo. Se trataba de un ángel travieso, de esos que esconden sus alas un rato para ir a dar una vuelta y de paso, poder darse el gusto de bailar un buen tango. La adivina le dijo que estuviera atento, porque ella ,iba a volver. Romero aceptó la teoría. La griega era un ángel, ¿por qué no?. Después de todo, había tantos inexplicables misterios. Si aparecía de nuevo, haría todo lo posible por retenerla.

El tema es que a Romero lo perdimos de vista, poque dejó de venir a la milonga . Se lo extrañaba los sábados a la noche contando sus historias.

A la griega, la vi una tarde haciendo compras por el barrio Chino de Belgrano. Caminaba del brazo de un muchacho, alto, rubio , de cuerpo atlético, que vestía ropa deportiva .Ella, llevaba puesta una remera azul muy ajustada, que revelaba su redonda panza de feliz embarazada. ¿Qué, si fui a contarle a Romero que la había encontrado, como y con quien?. No, por supuesto. No me gusta ser quien le rompe la ilusión a un amigo, así por que sí.

El tema es que desde su carnicería, en Villa crespo, Romero , no dejaba de mirar hacia el cielo creyendo que la griega, aparecería desplegando sus alas para estar junto a él. Si dicen que aún hoy lagrimea , al escuchar el tango Como dos extraños a pesar de que el tiempo, implacable, ya hizo lo suyo, pasando y marcando distancia…

 

 

Deja una respuesta