Januca y la victoria Macabea

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 Historiador  especialista en Historia antigua judía

Guillermo Sucari

El general romano Pompeyo en el año 63 AEC hace su entrada triunfal en la Jerusalem conquistada, ingresa al templo y al recorrerlo, con muy pocas palabras expresa todo su asombro ante lo que ve: No vi ninguna imagen de dios, tan solo un espacio vacío y misterioso.

Estamos en la primera mitad del SII AEC. Judea se encuentra bajo la dominación helenística de los seléucidas, una dominación cada vez más debilitada ante la creciente amenaza de Roma, que para entonces victoriosa de las Guerras Púnicas, se erigía como la gran potencia militar del Mediterráneo.

La relación de los judíos con los griegos era un tanto ambigua. En Jerusalem el Sumo Sacerdote del templo mantenía su liderazgo religioso y la población se regía por sus leyes y costumbres, pero con el paso del tiempo el proceso de helenización fue en aumento. Una buena parte de la población judía veía con buenos ojos este proceso: se abrieron a la cultura y a los gustos griegos, aprendieron su lengua, estudiaron en sus escuelas y participaban de muchas actividades organizadas en los gimnasios y teatros. Los trabajos arqueológicos encarados en Jerusalem han revelado el alto nivel de aceptación que el gusto helénico tenía entre las clases más poderosas de los judíos de aquella ciudad: mosaicos, ánforas y una gran variedad de adornos con decoraciones helénicas así lo atestiguan.

Pero la población judía podía aún vivir con cierta libertad manteniendo sus tradiciones y celebrando sus festividades como marcaba la Ley. El momento de mayor tensión se dio bajo el reinado de Antíoco IV Epifanes de la dinastía seléucida, quien pretendió llevar a delante una profunda helenización en el país durante su reinado entre los años 175 y 164 AEC. Concretamente se prohibieron los sacrificios en el templo, la práctica de la circuncisión y en el interior del santuario se construyó un altar consagrado a Zeus Olímpico, en aquello que Daniel llama “el horrible sacrilegio”. En Daniel 11:31-33 leemos:

Sus soldados profanarán el templo y las fortificaciones, suspenderán el sacrificio diario e instalarán allí el horrible sacrilegio. El rey tratará de comprar con halagos a los que renieguen del pacto, pero el pueblo que ama a su Dios se mantendrá firme y hará frente a la situación. Los sabios del pueblo instruirán a mucha gente, pero luego los matarán a ellos: los quemarán y les robarán todo lo que tengan, o los harán esclavos en tierras extranjeras.

Se decretó la pena de muerte para aquellos que practicasen la fe judía, como por ejemplo la observancia del shabat y de cualquier festividad. En una palabra, se abolió la Torá y el gran dilema para la población judía era desobedecer al rey y ser víctima de la persecución o abandonar su religión.

El temor era tal que muchos judíos decidieron operarse, cirugía llamada epispasmo que borraba la evidencia de la circuncisión: Ellos se rehicieron el prepucio, desertaron de la Santa Alianza, para asociarse a los paganos y se vendieron para practicar el mal (1, Macabeos, 15).

Pero aún hubo más. Antíoco IV, ávido de recursos para hacer frente a las cargas impuestas por Roma y para financiar su conflicto con Egipto, no solo estaba dispuesto a tomar las riquezas del Templo, sino que también ofreció el cargo de Sumo Sacerdote al mejor postor. Así tras deponer al sacerdote Onías III, último Sumo Sacerdote de la casa de Sadoc que tiempo después acabó asesinado, comenzó una sucesión de hombres en el cargo, producto de la mejor oferta prometida al soberano, hasta que en el año 173 la designación recayó sobre Menelao. De esta manera, llegaba a su fin la sucesión hereditaria de la casa de Sadoc y a partir de este hecho la legitimidad del sacerdocio instalado en el templo es altamente cuestionada, y empiezan a surgir distintas corrientes dentro del judaísmo, algunas más radicalizadas que otras.

La persecución religiosa y la proscripción decretada por el reino seleúcida fue el detonante. Hasta allí, la helenización del país había sido tolerada por los judíos pero cuando se vieron impedidos de practicar su culto y obligados a participar de las ceremonias paganas se desató el levantamiento. La respuesta de Antíoco al creciente descontento consistió en la militarización de la ciudad y la profundización de su política antijudía.

La principal fuente histórica es el primer Libro de los Macabeos, que narra los acontecimientos que tuvieron lugar entre el 175 y el 134 AEC, redactado en Jerusalem, algunas décadas posteriores a los hechos que relata.

Hubo un hecho que detonó la de por sí explosiva situación: un funcionario real pretendió que un grupo de judíos llevara a cabo un sacrificio pagano en la entonces pequeña localidad rural de Modín. Allí, un hombre de familia sacerdotal llamado Matatías encabeza la resistencia y luego de dar muerte al funcionario huye con sus cinco hijos. Este es el punto de partida de lo que conocemos como revuelta macabea.

En su huída, Matatías fue sumando adhesiones, especialmente del grupo de los hasidim, hasta conformar un grupo que comenzó a hostigar en pequeñas escaramuzas no solo a las tropas seléucidas sino también a los judíos renegados, circuncidando a aquellos niños que habían quedado incircuncisos (1 Macabeos, 2:42-48).

Al morir Matatías hacia el 166, su hijo Yehuda Macabeo tomó la jefatura del grupo insurrecto y continuó la lucha con mayor violencia, aprovechando que las tropas seléucidas estaban ocupadas en una campaña contra los partos, al tiempo que Roma ejercía su presión sobre Antíoco para pacificar la región.

La resistencia fue exitosa. Antíoco debió dar marcha atrás su política, librando un decreto por el cual se permitía a los judíos practicar libremente su culto y observar sus costumbres. Con esto cesaban las persecuciones, pero quedaba pendiente una cuestión central: el templo. Menelao seguía siendo Sumo Sacerdote, hasta que Yehuda tomó por la fuerza el templo, echó a Menelao y purificó el templo consagrándolo nuevamente al Dios de Israel.

La población festejó durante ocho días. Así lo relata 1 Macabeos, 4: 55-59:

Todo el pueblo cayó de rodillas y se inclinó hasta el suelo para adorar a Dios y darle gracias por el éxito que les había concedido. Durante ocho días celebraron la consagración del altar y ofrecieron con alegría holocaustos y sacrificios de reconciliación y de acción de gracias. Adornaron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos decorativos, repararon las entradas y las habitaciones, y pusieron puertas. Hubo gran alegría en el pueblo, porque se veían libres de la humillación que les habían causado los paganos. Judas con sus hermanos y con todo el pueblo de Israel reunido determinaron que la consagración del nuevo altar se debía celebrar cada año con gozo y alegría durante ocho días, a partir del día veinticinco del noveno mes.

Esta celebración, como leemos en este pasaje del libro 1 de Macabeos, se instaura a partir de la misma gesta de recuperación del templo, y es la que aún hoy conmemoramos en la festividad de Januca todos los meses de diciembre.

El proceso de liberación no se detuvo en Jerusalem ya que los Macabeos extendieron su dominio sobre los edomitas y moabitas de Transjordania, sobre Galilea y Judea.

Lo que sucedió a los Macabeos fue el comienzo de la llamada dinastía de los Asmoneos, nombre que deriva de Asmon, antepasado de Matatías, el iniciador de la revuelta macabea. De este modo fundan su dinastía afirmando su pertenencia al linaje macabeo que en las tres décadas anteriores había resistido tenazmente la ocupación seléucida. Lo cierto es que si bien derivaban de la misma familia, el espíritu que alentó a los Macabeos ya no tenía nada que ver con los propósitos de la flamante dinastía. A aquellos los había movilizado la defensa de su fe, de su nacionalidad y de sus tradiciones ante la imposición de un poder extranjero; a éstos la ambición y el poder político.

 

En el año 142 AEC, Shimon (también hijo de Matatías) fue reconocido en Jerusalem como “Sumo Sacerdote, general y jefe de los judíos” (1 Macabeos, 13: 42) con derechos de sucesión hereditaria, es decir quedó establecida una dinastía que unificó la figura del príncipe-sacerdote, característica de los asmoneos pero inaceptable para la tradición hebrea que afirmaba que la dignidad del sacerdocio debía permanecer separada del ejercicio del poder político, tal como había ocurrido en los tiempos de la monarquía.

En sus comienzos los asmoneos gozaron de cierta simpatía entre la población judía, pero al advertir su poca sujeción a la Torá, su creciente helenización y la tiranía con que reprimieron todo signo de oposición fue creciendo el descontento. Algunos cuestionaban la legitimidad de su realeza, viéndolos como usurpadores de aquello que debía corresponder a los descendientes de la casa del rey David. Otros les veían como usurpadores de la dignidad sacerdotal, que tal como establecía la tradición, correspondía a los descendientes de Sadoc, sacerdote del rey David. Es decir que los asmoneos acabaron convirtiéndose en aquello que los macabeos habían combatido: en una monarquía de tipo helenística.

 

El descontento entre los judíos se manifestó en múltiples revueltas, las más violentas bajo el reinado del asmoneo Alejandro Janeo que reinó entre el 103 y el 76 AEC. Al mejor estilo helenístico que tanto habían combatido sus antecesores los macabeos, Alejandro Janeo reprimió las rebeliones de un modo violento. Así lo describe Flavio Josefo en La Guerra de los Judíos, Libro I, 96-98:

 

Los judíos mantuvieron contra Alejandro una guerra continua, hasta que aniquiló a un gran número de ellos….A otros los llevó a Jerusalem como prisioneros. La crueldad de Alejandro, a causa de su desmesurada ira, le llevó a la impiedad: hizo crucificar a 800 de estos prisioneros en medio de la ciudad y decapitó a sus mujeres e hijos ante sus propios ojos. El veía los hechos mientras bebía y estaba con sus concubinas. Un inmenso terror se apoderó del pueblo, de forma que la noche siguiente 8.000 adversarios de Alejandro huyeron fuera de toda Judea, y su exilio no acabó hasta que murió Alejandro.

 

En este contexto, muchos judíos debieron vivir su exilio, ya no por la opresión de un pueblo extranjero, sino por la de un reino judío. Definitivamente la explosión de los asmoneos poco tuvo que ver con la mecha que había encendido inicialmente la revuelta de los macabeos.

El reino de los asmoneos se extendería por cerca de un siglo, entre el final del dominio seléucida y la consolidación del Imperio Romano en Oriente, al que quedó administrativamente incorporado en la Provincia de Siria. Cuenta el historiador romano Tácito en sus Historias (V: 9) que cuando el general romano Pompeyo en el año 63 AEC hace su entrada triunfal en la Jerusalem conquistada, ingresa al templo y al recorrerlo, con muy pocas palabras expresa todo su asombro ante lo que ve: No vi ninguna imagen de dios, tan solo un espacio vacío y misterioso.

Finalmente la dinastía de los asmoneos se extinguiría con el rey Antígono, hijo de Aristóbulo II, quien fue degollado por orden de Herodes en el año 37 AEC.

A partir de allí los asmoneos se pierden en la historia, en cambio el recuerdo de Januca está vivo en la memoria del pueblo judío, porque lo que Januca evoca es la obstinada determinación de este pueblo por preservar su identidad, sus tradiciones y sus símbolos sagrados; en una palabra: su supervivencia

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PD N de la Redacción El mito o símbolo de los ocho días fue creado por el Talmud siglos mas tarde

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