
Pablo Cúneo
La problemática del origen del lenguaje y de los nombres aparece ya en la Grecia Antigua, siendo el Cratilo de Platón un texto clásico al respecto: ¿expresa el nombre la naturaleza exacta del objeto, teniendo éste una denominación natural a través de la que se manifiesta su esencia; o por el contrario es el nombre arbitrario, producto del acuerdo y la convención?
Cratilo sostendrá la existencia de un lazo natural del nombre y el objeto, mientras que Hermógenes, en cambio, defenderá la tesis de la convención.
Ejemplo de la posición de Cratilo son estas primeras líneas con las que Borges comienza su maravilloso poema El golem: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”.
Ejemplo de la postura de Hermógenes están estas líneas de George Steiner en su libro Presencias reales: “La palabra rosa no tiene tallo, hoja ni espina. Tampoco es de color rosa, roja o amarillo. No despide aroma alguno. Es, per se, una marca fonética totalmente arbitraria, un signo vacío. Nada en su (mínima) sonoridad, en su aspecto gráfico, en sus componentes fonémicos, su historia etimológica o sus funciones gramaticales, tiene correspondencia alguno con lo que creemos o imaginamos que es el objeto ‘en sí mismo’…”
Es a través del nombre que Platón hace entrar el tema de la escritura en el Cratilo; aquí vuelve a aparecer el rechazo a la misma ya expresada en el Fedro por medio del mito de su invención por el dios Thot. Así como el nombre, dice Platón, es una representación del objeto por medio de sílabas y letras que puede ser asignado en forma errónea al objeto, le parece lógico al filósofo demostrar que no es la semejanza de la letra con el objeto lo que importa sino la convención y el uso ya que este “se sirve igualmente, al parecer, de lo semejante y de lo desemejante para representar”.
Ya en la primera parte de la obra, es decir en el diálogo entre Sócrates y Hermógenes, cuando el primero analiza la posibilidad de que el nombre exprese la esencia del objeto, Platón le hace decir que lo importante no son las sílabas ni las letras que se utilizan en la composición del nombre: “que el mismo sentido se exprese por tales o cuales sílabas es cosa que poco importa; que se le haya añadido una letra o se le haya quitado otra, es algo que carece de toda importancia, con tal que domine la esencia del objeto manifestado en el nombre”.
La posición de la tradición judía es radicalmente opuesta al planteo que hace Platón. Por el lado de la cábala la escritura aparece como primera en relacion al habla, mientras sostiene que Dios creó el mundo a traves de las letras hebreas.
Es tradición que el copista del texto sagrado no pueda equivocarse en ninguna letra, caso contrario el texto debe dejarse de lado y en este sentido encontramos que en el propio Talmud se lee: “Omitir o añadir una sola letra puede llevar a la destrucción del mundo entero”.
Sólo hay que abrir una página cualquiera de los análisis que Freud hace en sus obras – en el olvido de los nombres, en el chiste, en sus historiales- como por ejemplo en La Interpretacion de los sueños en su sueño inaugural de La inyección a Irma (esa “verdadera química de las silabas”, dirá cuando lo aborde), para darse cuenta de que Freud es tributario de dicha tradicion textual judía.