AMIA: 27 AÑOS BAJO UN SOMBRÍO MANTO DE IMPUNIDAD

Lic. Psic. Jorge Schneidermann *

 

El atentado perpetrado a las 9:53 de aquella fría mañana de julio de 1994 contra la sede de la AMIA, fue mucho más que una artera estocada dirigida al corazón  de la colectividad judía argentina. Estremeció el alma de toda una nación y reveló el estado de indefensión de la comunidad mundial ante la metastásica proliferación del fundamentalismo yihadista a lo largo y ancho del planeta.

Pese al subalterno intento de los mandamases de turno de inviabilizar la dilucidación de los hechos alterando la escena del crimen, y sembrando aún más confusión, la flagrancia de los hechos evidenció y denunció urbi et orbi las maniobras entreguistas ensayadas precisamente por quienes tenían a su cargo la salvaguarda de los derechos y la integridad física de todos y cada uno de los ciudadanos argentinos.

 

Transcurridos ya 27 años de aquel luctuoso episodio que cercenó 85 vidas e infligió graves heridas a más de trecientas personas, la situación no ha experimentado cambios significativos, ora por la ostensible insolvencia de unos, ora por la indignante desidia de otros.

Se trató de uno de esos episodios que suelen permanecer indeleblemente grabados en nuestra memoria emocional.

¿Quién no recuerda con lujo de detalles el momento en que las grandes cadenas mediáticas dieron cuenta del ataque que culminó  con la destrucción de las torres gemelas el 11 de setiembre de 2001?

 ¿Acaso alguien pudo en su momento abstraerse de la dimensión trágica del atentado que sembró muerte y terror en la estación de Atocha en Madrid el 11 de marzo de 2004?

Seguramente permanecen vívidos en el recuerdo de muchos los luctuosos sucesos que culminaron con el asesinato de 11 atletas israelíes que se disponían a participar en los juegos olímpicos celebrados en Múnich en 1972 y, no muy diferido en el tiempo, el cinematográfico rescate efectuado por comandos de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel de más de un centenar de pasajeros de un vuelo de Air France secuestrado por una brigada terrorista y, a la sazón, conducido a Uganda en julio de 1976  bajo la cómplice tutela de Idi Amin Dada.

 

Un año más de espaldas a la verdad

 

Si bien la profusión de elementos probatorios, y la contundencia de los testimonios relevados hasta ahora revelan la incontrastable responsabilidad intelectual y ejecutiva que le cupo tanto a las facciones fundamentalistas instigadoras, como a los esbirros locales responsables de la consumación  de este acto criminal, el caso ha vuelto una y otra vez a foja cero.

Casualmente, idéntica suerte han corrido las causas abiertas en torno a la devastación de la Embajada de Israel en Buenos Aires en marzo de 1992 y al asesinato del Fiscal Alberto Nisman en enero de 2015…

 Tristemente, un vergonzante manto de impunidad continúa encubriendo a los responsables, obstruyendo cualquier intento esclarecedor y derramando cada vez más dudas sobre la integridad moral de quienes teniendo la hierática misión de impartir justicia y echar luz sobre la verdad, poco y nada se han prodigado en hacerlo.

Desde entonces, y al margen de la ingente labor desarrollada por el propio fiscal Nisman hasta la víspera de su muerte, la politización del sistema judicial argentino no ha hecho más que pendularizar su gestión en función del talante ideológico de los gobiernos que se sucedieron en el poder, redundando ello en una indignante ralentización del diligenciamiento de las acciones procesales.

A través de la grieta ideológica que atribula a la sociedad argentina, también se ha escurrido hasta el día de hoy toda posibilidad de desembozar definitivamente los rostros de quienes al amparo de Hesbollah cometieron el ataque terrorista más deletéreo sufrido por la República Argentina a lo largo de su rica y bicentenaria historia.

El ordenamiento jurídico de una nación deviene en estéril letra muerta cuando quienes tienen la potestad y la obligación de administrar justicia, optan por instrumentalizarla en provecho de intereses personales o político-partidarios.

Conforme pasa el tiempo, y en tanto la camaleónica desmemoria de algunos frente al dolor de muchos se tiñe con los colores de la indiferencia, desde distintos estamentos continúan pululando y ululando encendidas voces empeñadas en sumergir esta causa en el olvido, quizás procurando de esa manera hacer añicos aquellos turbios espejos del pasado en los que no quieren volver a verse.  

     

Hasta finalizado el pasado siglo, la vulneración de objetivos civiles judíos constituyó el principal propósito del integrismo islámico. Empero, los ya mencionados ataques registrados el 11 de setiembre de 2001 precipitarían un redireccionamiento y diversificación de sus esquemas de acción, superando con creces los efectos del afrentoso bombardeo de la base de  Pearl Harbor a instancias de la aviación japonesa en 1941: selló lapidariamente el fin de la inmunidad territorial de los Estados Unidos.

Desde entonces, el fundamentalismo islámico no ha dado respiro, incluso a quienes hipócritamente se mantuvieron omisos o remisos a condenar a estos movimientos cuando el blanco elegido para descerrajar todo su odio ha sido Israel.

 Los atentados cometidos en lo que va del siglo en Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, España, Bélgica, Egipto, Francia, Afganistán, Alemania y otros tantos países, han puesto una y otra vez sobre la palestra el estado de extrema indefensión en que nos hallamos sumidos todos y cada uno de los habitantes del globo.

No importa dónde, cómo, ni cuándo; el terrorismo ha sido, es y será, tal como elocuentemente señalara Moshé Dayán, el arma de los débiles de espíritu pero nunca un arma débil.

Aeropuertos, bares, discotecas, universidades, trenes, iglesias, sinagogas, mezquitas, teatros, librerías, o estadios situados en cualquier avenida de Madrid, Copenhague, Bruselas, Berlín, París, Tel Aviv, Niza, Jerusalén, Estocolmo, Tanta,  Alejandría, Manchester, Kabul o Londres…, ello les resulta indiferente, inclusive si se trata de indefensos transeúntes o niños congregados en torno a un show musical.

Pocas son las voces que se elevan en los foros internacionales condenando enérgicamente  la consumación de estos operativos fríamente premeditados, metódicamente planificados y  estratégicamente ejecutados al amparo financiero de las petro-economías más radicalizadas del bloque islámico.

 Este lamentable estado de situación torna más vigente que nunca aquella axiomática sentencia del gran Albert Einstein: “El mundo no es un lugar peligroso a causa de quienes practican el mal, sino por la pasividad de quienes nada hacen por evitarlo”.

Que la verdad y la justicia sean siempre entre nosotros. Por quienes ya no tienen voz y por los que vendrán.

 

* Psicólogo Clínico, ensayista y comunicador.

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