LOS JUDÍOS EN POLONIA Y LITUANIA

LOS JUDÍOS EN POLONIA Y LITUANIA
“A fines del siglo XIV, Polonia y Lituania se unieron en una Federación. A esta altura, la comunidad judía polaca se había convertido en un factor tan sólido de la economía del país que el Estado debió tratar con ella oficialmente. Les otorgó cartas de privilegio y una autonomía legal basada en las franquicias que les concedieran en la Europa Central, salvo para unas pocas comunidades karaítas, cuya autonomía se basaba en la Ley de Magdeburgo. El principio básico consistía en que los judíos eran “siervos del tesoro”. A cambio de la protección de sus vidas y sus bienes, el príncipe podía hacer con ellos lo que quería.
Pronto los judíos se vieron expuestos a la lucha económica y de clases y al antagonismo religioso, importados a Polonia por los inmgirantes de Alemania. Como los gobernantes polacos creían necesario estimular su actividad económica en beneficio del país, tuvieron que poner en vigor leyes destinadas a protegerlos de los insultos de sus vecinos cristianos. El estatuto más importante que definía los derechos de los judíos fue promulgado en tiempos de Boleslav el Piadoso, en 1264. Esta carta de privilegio tenía un preámbulo digno de recordación:
«Los actos de los hombres, cuando no son confirmados por la voz de los testigos o por documentos escritos, están predestinados a esfumarse con rapidez y desaparecer de la memoria. Por eso, les hacemos saber a nuestros contemporáneos, así como a nuestros descendientes, que los judíos, que se han establecido en todas direcciones en nuestro país, han recibido de nosotros los siguientes estatutos y privilegios…».
Entre las cláusulas más importantes de esta carta de privilegio, figuran las que garantizan la inviolabilidad de la persona de los judíos y de sus propiedades y prohíben molestar a los mercaderes judíos en los caminos, imponerles impuestos aduaneros más altos que los pagados por los cristianos, destruir los cementerios judíos o deteriorar las sinagogas.
Aunque los poderes temporales del Estado, acicateados por las necesidades económicas del país, se esforzaban en establecer la vida de los judíos de Polonia sobre cimientos cívicos racionales, las autoridades eclesiásticas hacían todos los esfuerzos posibles, como en la Europa Occidental, por aislar a los judíos de la vida general del país. Los segregaron de la población cristiana y los redujeron a la situación de una casta despreciada. Como antes, la vida de los judíos en la Polonia medieval estaba a merced de dos poderes, a menudo diametralmente opuestos: el gobierno secular, movido por consideraciones económicas, les concedía los derechos elementales de la ciudadanía, mientras que la Iglesia, acuciada por la intolerancia religiosa, se esforzaba en excluirlos de la vida civil. El Sínodo Católico de Breslau (1266) adoptó una constitución, análoga a las Leyes del Cuarto Concilio de Letrán, que resolvió:
«Dado el hecho de que Polonia es una nueva plantación en el suelo del cristianismo, hay motivo para temer que su población cristiana sea fácil presa de la influencia de las supersticiones y perversos hábitos de los judíos que viven entre ellos, tanto más cuanto que la religión cristiana arraigó en los corazones de los fieles de esos países en una fecha posterior y de un modo más débil. Por esas razones, debemos ordenar rigurosamente que los judíos no vivan junto a los cristianos, sino que vivan aparte en alguna sección de la ciudad o aldeas».
En Lituania, al tiempo de su federación con Polonia, había ya muchas importantes importantes poblaciones judías, tales como Brest, Grodno, Troki, Lutzk y Vladimir. Entre los años 1388 y 1430, los judíos de esas poblaciones recibieron cartas de privilegio de contenido análogo al de los estatutos de Boleslav y de Casimiro el Grande, quien había confirmado la carta de privilegio de Boleslav en 1334. En esos decretos, el soberano lituano demostraba una ilustrada preocupación por el desarrollo de relaciones pacíficas entre los cristianos y los judíos y por el bienestar de la comunidad judía. Los judíos disfrutaban de autonomía en los asuntos internos, en cuanto a la religión y la propiedad se refería. Se les garantizaba la inviolabilidad de su persona y de sus bienes y el libre ejercicio del comercio y de los oficios en iguales condiciones que a los cristianos. Los impuestos que debían pagar no eran muy exagerados. En general, su situación era más favorable que la de los judíos de Polonia.
Sin embargo, a pesar de que existían esas cartas de privilegio en Polonia y Lituania, la historia de las comunidades judías en los primeros tiempos se caracterizó allí por disturbios antijudíos. Esos disturbios ocurrían más que nada por instigación de gente de la ciudad, a la cual causaba resentimiento la competencia de los judíos y alentaba la tradición de hostilidad sostenida por la Iglesia y por las masas. La amenaza de expulsión pendía ya sobre los judíos de Polonia a principios del siglo XV, y en 1496 fueron desterrados temporariamente del principado de Lituania, en una acción estimulada acaso por el ejemplo de España. Las expulsiones en masa de Varsovia (1483) y más tarde de Cracovia (1491) establecieron el modelo para los destierros futuros de tal o cual ciudad de la Federación.
Pero, a pesar de la creciente oposición de la clase burguesa y de la hostilidad de la Iglesia, la población judía de Polonia y Lituania progresó sin cesar en los siglos XV y XVI. A los judíos se los hallaba en todas las ramas del comercio mayorista y minorista, en la exportación y en la importación, en los préstamos de dinero, en la medicina y en la industria. Pero su progreso económico no careció de trabas. De vez en cuando, se restringía su actividad cada vez que parecía amenazar a los burgueses no judíos. A comienzos del siglo XVI, por ejemplo, la ley establecía que los polacos podían obtener una ganancia del 8 por ciento y los judíos del 3 1/2 por ciento. Asimismo, en 1538 les arrebataron a los judíos el derecho de obtener concesiones para recaudar impuestos. Pero, a pesar de todos esos esfuerzos represivos, los judíos siguieron conservando una señalada superioridad económica hasta que, a comienzos del siglo XVII, los excesos religiosos causados por los jesuitas se combinaron con las restricciones económicas para empujar a los judíos de las ciudades al campo. Allí, se convirtieron en intermediarios para la venta de los productos agrícolas, hasta que también les prohibieron esa actividad y sesenta mil familias judías quedaron en la miseria.
Se calcula que, a mediados del siglo XVII, vivía en Polonia medio millón de judíos, dispersos en centenares de comunidades. Podían vivir y desenvolverse en ese país en parte porque encajaban en el espacio intermedio entre dos intereses opuestos de la economía polaca, el de los burgueses y el de la nobleza. Los nobles exigían libre empresa, a fin de hacer progresar a sus flamantes propiedades agrícolas y en esto se oponían a los burgueses que conservaban privilegios de monopolios en la economía. Entre ambos, ejercitando considerable tacto y agilidad, el judío podía componérselas para sobrevivir y aun para franquear las vallas económicas que le oponían”.
Abba Eban: “Mi pueblo: la historia de los judíos”
Imagen izquierda: Boleslao el Piadoso (1224/27-1279)
Imagen derecha: Casimiro III el Grande (1310-1370)
Marina Goffer, Jorge Schertz y 6 personas más
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