LA UTOPÍA DE UN ESTADO PALESTINO

LA UTOPÍA DE UN ESTADO PALESTINO
Según la encuesta sobre derechos civiles ”Association for Civil Rights in Israel Annual Report for 2007” publicada por el diario Haaretz, el número de judíos que manifiestan sentimientos de odio hacia los árabes se ha triplicado y cerca del 70% de los judíos israelíes se opondrían ya a la igualdad de derechos de sus compatriotas árabes, lo que corrobora que la sociedad israelí en su inmensa mayoría sería cómplice silenciosa y colaboradora necesaria en la implementación del sentimiento xenófobo contra la población árabe-israelí así como en el incremento del régimen de apartheid en los territorios de Cisjordania y Gaza en los que la población palestina estaría sometida al régimen jurídico-militar en lugar de depender del poder civil como la israelí.
En consecuencia, podríamos asistir a la agudización de la fractura civil de la sociedad israelí en los próximos años, preludio de una posterior deriva totalitaria de la actual democracia que tendrá su culminación con la instauración en el Estado judío de un régimen teocrático-militar, lo que conllevará que amplios sectores de la juventud laica y urbana deban optar por engrosar la lista de colonos teledirigidos por los haredim o emigrar a Occidente para escapar de la distopía teocrática-militar israelí de la próxima década.
Sin embargo, la teórica política judío-alemana, Hannah Arendt, en su libro “Eichmann en Jerusalén”, subtitulado “Un informe sobre la banalidad del mal”, nos ayudó a comprender las razones de la renuncia del individuo a su capacidad crítica (libertad) al tiempo que nos alerta de la necesidad de estar siempre vigilante ante la previsible repetición de la “banalización de la maldad” por parte de los gobernantes de cualquier sistema político, incluida la sui-genéris democracia judía, pues el miedo y no la banalidad del mal, hace que el hombre renuncie a su voluntad crítica pero es importante no perder de vista que en ese acto el sujeto sigue siendo éticamente responsable de su renuncia.
El ex-presidente Jimmy Carter, que pasó a la historia al lograr el histórico acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto en 1979, en su libro ‘Palestina, Paz no Apartheid’, denuncia el sistema de apartheid que Israel aplica sobre los palestinos.
Asimismo, en el citado libro denuncia el incumplimiento por parte de Israel de los compromisos adquiridos en el 2003 bajo los auspicios de George W. Bush, que incluían las exigencias de la congelación total y permanente de los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania así como el Derecho al retorno de los cerca de 800.00 palestinos que se vieron forzados a abandonar Israel tras su constitución como Estado en 1.948 (Nakba).
Dicha hoja de ruta fue aceptada inicialmente por Israel y ratificada posteriormente por Olmert y Abbás en la Cumbre de Annápolis (2007) con la exigencia de finiquitar la política de construcción de asentamientos en Cisjordania y flexibilizar los controles militares que constriñen hasta el paroxismo la vida diaria de los palestinos, situación distópica que llevó al activista judío de los Derechos Civiles y superviviente del Holocausto, Israel Shajak a afirmar: “Los nazis me hicieron temer ser judío y los israelíes me avergüenzan de der ser judío”.
El mensaje diáfano de Carter sería que la paz es posible a través del diálogo y que Israel y Estados Unidos tienen que negociar con Hamás y con Siria, dos actores cruciales en la política de Oriente Próximo, postulados que serían un misil en la línea de flotación de la doctrina del gobierno de Netanyahu que aspira a resucitar el endemismo del Gran Israel (Eretz Israel).
Dicha doctrina chocaría con la visión de Theodor Herzl, considerado el Padre del actual Estado de Israel y fundador del sionismo al promover la creación de la Organización Sionista Mundial (OSM), en su obra “La vieja Nueva Tierra” (1902), sienta las bases del actual Estado judío como una utopía de nación moderna, democrática y próspera en la que se proyectaba al pueblo judío dentro del contexto de la búsqueda de derechos para las minorías nacionales de la época que carecían de estado, como los armenios y los árabes.
Posteriormente, en 1.938, el visionario Einstein avisó de los peligros de un sionismo excluyente al afirmar que desearía que se llegase a un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de una vida pacífica en común pues le parecía que esto sería preferible a la creación de un Estado judío, tesis imposible de germinar dada la inexistencia en ambos bandos de interlocutores válidos para negociar una paz duradera que lleve implícito el mutuo reconocimiento de los Estados de Israel y el de Palestina.
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