Incendios en las selvas de Brasil, Bolivia y Paraguay

Esteban Valenti

En estos días la agenda internacional está encabezada por el tema de los incendios en las selvas de Brasil, Bolivia y Paraguay, pero sobre todo los miles de focos ígneos en la Amazonía brasilera que están devorando millones de hectáreas de bosques tropicales y milenarios en el principal pulmón vegetal del planeta. No es una situación nueva, la diferencia es la superficie devorada por los incendios y su duración.

Se estima que en 17 días de duración han sido quemadas 600.000 hectáreas de selva amazónica, con un aumento del 80% de la superficie del año pasado. Y los incendios siguen avanzando.

La Amazonia tiene la superficie equivalente a la mitad del territorio de los Estados Unidos, es la selva tropical más grande del planeta, y todavía no podemos evaluar las repercusiones que tendrán estos incendios  que implican un salto en la destrucción de la Amazonia, liberando enormes masas de dióxido de carbono. Aunque conviene recordar que las selvas de ese tipo, por su antigüedad tienen una absorción muy inferior de Co2 que los bosques jóvenes, pero tiene un papel fundamental en la regulación del clima en una enorme área de todo el continente.

Pero la gran y absoluta diferencia con el pasado es que los temas ambientales están cada día más en el centro de la atención mundial, de la opinión pública y de los poderosos gobiernos del norte, incluso el G7 le dedicó su “sagrada” atención. Y esto nos plantea preguntas importantes y urgentes.

¿Es una moda o corresponde a nuevos datos de la realidad?

¿Es una alarma excesiva impuesta por determinados intereses o por organizaciones internacionales medioambientalistas o la alarma es real?

¿Quién tiene razón, los Trump y compañía que niegan los peligros derivados de la destrucción del medio ambiente y su impacto inevitable que nos llevará al cambio climático o lo que percibimos que está sucediendo concreta y actualmente en todo el mundo?

¿Existe una visión sobre el tema medioambiental que no tiene nada que ver con las ideologías, que está sobre todas ellas y es un tema de sensibilidades?

Todo el fuego se ha concentrado en Bolsonaro y su gobierno y tiene una base de razón, pero no hay que tener una visión global. No se trata de hacer propaganda sino de buscar soluciones de fondo.

Nair Bolsonaro que demuestra un día si y el otro también que es un ultraderechista al filo – en algunos temas – del nazismo, tiene sin duda responsabilidades.

Bolsonaro en su campaña electoral hizo promesas de restaurar el crecimiento económico explotando el potencial económico de la Amazonía, criticando a las advertencias de deforestación. El director del Instituto de Investigación Espacial (INPE), que vigila de forma satelital el Amazonas, fue despedido después de una disputa con el Presidente; el director defendió los datos satelitales que mostraban que la deforestación era un 88% más alta en junio que el año anterior, y Bolsonaro calificó los hallazgos de “mentiras”.

Por su parte el ministro de Medio Ambiente de Brasil, Ricardo Salles, tuiteó el miércoles que los incendios fueron causados por el clima seco, el viento y el calor. Pero el meteorólogo de CNN, Haley Brink, dijo que los incendios son “definitivamente inducidos por el hombre” y no pueden atribuirse a causas naturales como los rayos.

A esto se suman las afirmaciones de Adriane Muelbert, ecóloga que ha estudiado el papel que desempeña la deforestación del Amazonas en el cambio climático: “En los años anteriores, [los incendios forestales] estaban muy vinculados a la ausencia de lluvia, pero este ha sido un año bastante húmedo”, afirma añadiendo que “esto nos lleva a pensar que estos son incendios provocados por la deforestación”.

Así también lo afirma Paulo Moutinho, investigador del IPAM, un organismo de investigación amazónico explica que el alarmante aumento de incendios en la Amazonía se debe al aumento de la deforestación.

En la misma tónica, un estudio de la NASA revela que la Amazonía brasileña perdió el equivalente a Alemania producto de la deforestación entre 2000 y 2017. Es que se trata de un política que, si bien, es profundizada por el gobierno de Bolsonaro, también hay responsabilidad de los gobiernos del PT (Lula Da Silva – Dilma Rousseff), ya que es parte estructural del desarrollo capitalista de Brasil la depredación de los recursos naturales.

La deforestación genera pérdida de humedad de los suelos y permite que el fuego se propague rápidamente, como si fuese rociado por bencina. Esta causa encuentra asidero en la necesidad de encontrar nuevos nichos de acumulación de recursos naturales como, por ejemplo, para incentivar la extracción de madera e incentivar la producción de la industria maderera, la exportación de minerales, el agro-negocio con extensas plantaciones de soja, entre otros, y aquí el papel de Bolsonaro es criminal así como la subordinación estructural a los países centrales, aunque circunstancialmente protesten contra los incendios.

Si se observan con cuidado las filmaciones sobre los incendios se podrá apreciar que en la mayoría de los casos lo que arden son grande extensiones de pastizales y arbustos, no de tupida selva amazónica. En la selva no hay pasto, por la lógica situación de que el sol no llega al suelo, por lo tanto una parte de esas 600.000 hectáreas ya habían sido quemadas anteriormente y ellas se están utilizando la técnica de preparación del suelo para la explotación agrícola ganadera.

La deforestación ligada al agro-negocio no es casual. Esta ha cumplido un rol crucial con las “quemas controladas” que muchas veces quedan fuera de control, las cuales se han realizado bajo prácticas que utilizan los agricultores con el incendio provocado para limpiar terrenos para cultivar soja.

El Amazona no es solo un pulmón mundial para la naturaleza, sino también una fuente de acumulación de riqueza para las grandes compañías que ocupan esta como fuente de insumos.

Pero aún en estas circunstancias hay que considerar el ejemplo de otros países que disponen de enormes superficies de su territorio forestado – como el caso de Finlandia – que tienen una intensa explotación maderera y su transformación en celulosa o en madera para diversos usos y sin embargo sus bosques crecen en superficie y en productividad.

La selva amazónica crece a un promedio de 160 m3 por hectárea al año, por la densidad natural de los árboles y los arbustos que impiden un mayor desarrollo, mientras que en los bosques jóvenes (en Uruguay por ejemplo) por el sistema da raleo y control del bosque llegan en 25 años pueden llegar a producir 380 metros cúbicos por hectárea. Ese crecimiento de la selva amazónica, es sin tener en cuenta la pérdida por los incendios. La selva amazónica tiene una absorción de Co2 casi nula porque el Co2 está ya depositado y almacenado en el suelo y en los propios árboles.

Otro ejemplo de los graves errores, que no son espontáneos en el manejo de los bosques tropicales. En Perú, también en la Amazonia caen anualmente por causas naturales, vejez y enfermedades de las plantas 140 millones de m3 de madera cada año.

Pudiendo ser un país con una enorme capacidad de producción, transformación industrial y explotación de madera, disponiendo de una superficie forestal de 78.8 millones de hectáreas de  bosques (http://www.fao.org/3/j4024s/j4024s06.htm)- En cuanto a las exportaciones y según América Economía “Luego de cinco años de caídas consecutivas, las exportaciones peruanas madereras presentarían signos de recuperación este año registrando un leve crecimiento de 1% con respecto al 2017, con ell más bajo de exportaciones, en los últimos 13 años alcanzó la cifra de  122 millones de dólares (Ministerio de Comercio Exterior y Turismo de Perú)

Perú que antes del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, firmado en enero del 2009 perdía aproximadamente 50.000 has. Por año de bosques amazónicos, en la actualidad supera los 145.000 hectáreas por año, y exporta solo 122 millones dólares por año, pues no se trata de tala o de super explotación maderera, todo lo contrario, porque está prohibido en ese tratado, la reducción es por las quemas para la producción familiar y de los grupos indígenas para sobrevivir.

Consideremos comparativamente que Uruguay con 1.200.000 hectáreas (65 veces menos que Perú) de superficie forestada exportó en el año 2018   2.187 millones de dólares , fundamentalmente de pasta de celulosa. ¡Diez y ocho veces más! https://www.presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/sosut-crecimiento-forestal-2018.

Se requieren 3.5. a 3.6 metros cúbicos de madera para la producción de una tonelada de pasta de celulosa.

Siendo Perú el país que dispone de la novena mayor superficie forestal del mundo, participa con el 0.05% del comercio mundial de productos forestales…A pesar de estas cifras Perú pierde anualmente área forestada.

Esta pérdida no se debe – como pretende mostrar los EE.UU. y otros países del norte, grandes exportadores de madera, por la explotación del bosque, sino por las quemas realizadas por sectores muy pobres de la población para la agricultura de supervivencia o la plantación de coca. Pero no es esta la preocupación de los poderosos, lo que no quieren es que Perú se transforme como segunda potencia maderera de América Latina y la novena en el mundo, en un competidor en un negocio que a nivel global representa ventas anuales por 247 mil millones de dólares. Año 2017. http://www.fao.org//forestry/statistics/80938/es/

Es en ese negocio donde EE.UU. el principal exportador y los otros países del norte, no tienen ningún interés ni que Brasil ni Perú, compitan seriamente y responsablemente, con un manejo de sus bosques, utilizando el raleo controlado a través de la trazabilidad de los árboles. Lo que hace Finlandia con gran éxito, desde hace muchos años.

Comparemos algunos porcentajes muy significativos:

Porcentajes del total del territorio ocupado por bosques

 

Año            América Latina y Caribe             Europa y América del Norte                    Mundial

1950                        51.3%                                                40.3%                           31.6%

2010                        47.0%                                                40.9%                           30.8%

2015                        46.4%                                                41.0%                           30.6%

Fuente: http://www.fao.org/state-of-forests/es/

Solo Oceanía que mantiene desde 1950 el 70.1% de su superficie total ocupada por bosques, supera a América del Sur y el Caribe.

Mientras en América Latina y el Caribe en 25 años desaparecieron bosques equivalentes al. 4.9% de su superficie total, en América del Norte y Europa creció la superficie de los bosques en 0.7% del total del territorio de esas dos regiones. Una tendencia muy diversa. A pesar de que en esas dos regiones EE.UU. Canadá y Europa están por lejos los mayores exportadores de madera y sus productos en el mundo.

Y eso tiene que ver con la suerte de la Amazonía. No habrán sentido gran preocupación u oferta de ayuda de parte del presidente Trump por los incendios, ni por la suerte del principal bosque tropical del planeta. No solo es por coincidencia ideológica con Bolsonaro, sino por una visión mucho más peligrosa: defender los intereses de las grandes empresas forestales e industriales de la madera de los Estados Unidos.

La única solución para la Amazonia, tanto en Brasil, como en Perú y en los otros países de América del sur, son grandes inversiones para organizar el control total de la explotación racional, organizada de sus bosques, que les permitiría a esos países, no solo multiplicar exponencialmente su producción forestal, sino asegurarse la ampliación y mayor capacidad de absorción de Co2 de sus bosques e incluso la ampliación significativa de su superficie.

La madera es además de un bien ecológicamente muy importante, sus productos pueden substituir materiales contaminantes y es además, como lo demuestra el cuadro comparativo de 1950 a 2015 de la FAO, un bien renovable, sustentable a pesar de su explotación.

Pero eso es veneno para las grandes economías mundiales la incorporación adecuada de América Latina a una explotación maderera sustentable y competitiva con los países del norte y son las mismas naciones que tienen la directa responsabilidad del cambio climático, no como una amenaza, sino como una realidad actual.

Lo que los países del norte, primero el G7 no pueden pretender es que la preservación de la Amazonia y los bosques tropicales del mundo se haga a costa de la miseria, la pobreza de esas naciones, que podrían disponer de manera planificada y con inversiones adecuadas de una gigantesca fuente de riqueza.

El mercado es implacable también con la naturaleza, pero no es ingenuo, no es mecánico, está dirigido y orientado por las grandes empresas y naciones y eso también sucede en el sector maderero, en la generación de Co2 y en cada detalle relevante de la generación de ganancias

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