La extraordinaria historia del resort turístico manejado por espías de Israel

Imagen caption El centro de buceo fue un lugar elegido por un selecto grupo de gente para pasar sus vacaciones. Allí, el espía israelí Shimron daba clases de buceo.

Arous era, en apariencia, un complejo turístico idílico en el desierto de Sudán, a orillas del Mar Rojo. Pero, en realidad, este sofisticado destino vacacional era la base de un grupo de espías israelíes con una misión secreta.

“Arous en el Mar Rojo, un maravilloso mundo aparte”, decía el folleto, que describía el lugar como “el centro de buceo y recreación de Sudán”.

Con fotos de coloridos chalets sobre una playa soleada, una pareja sonriente con equipos de buceo y una variedad de peces exóticos, el anuncio ofrecía playas con “unas de las aguas más cristalinas del mundo”, y vistas espectaculares.

El pueblo de Arous, cerca de un maravilloso arrecife de coral y uno que otro barco hundido, parecía ser el sueño de todo entusiasta del buceo.

Miles de folletos fueron distribuidos por agencias especializadas en toda Europa. Una oficina en Ginebra, Suiza, se encargaba de las reservas. Y, con el tiempo, cientos de visitantes eligieron este sitio como lugar de vacaciones.

Llegar requería una larga caminata. Pero una vez allí, podían disfrutar de las instalaciones de lujo, deportes acuáticos, buceo y una gran abundancia de comida fresca y vino.

Los comentarios en el libro de visitas eran muy positivos.

Farsa

La Corporación de Turismo Internacional sudanesa también estaba contenta. Le había alquilado el lugar a un grupo de personas que se presentaron como emprendedores europeos, cuyo proyecto trajo algunos de los primeros turistas extranjeros al país.

La realidad era que, sin que lo supieran ni los turistas ni las autoridades, el resort del Mar Rojo era una farsa.

Era una fachada, establecida y controlada durante más de cuatro años a comienzo de la década de 1980 por agentes del Mossad, el servicio de inteligencia israelí.

La usaban para esconder una misión humanitaria extraordinaria: rescatar a miles de judíos etíopes varados en campos de refugiados en Sudán y evacuarlos a Israel.

Sudán era un país árabe enemigo y, por ello, esta misión tenía que llevarse a cabo sin que nadie se diese cuenta ni allí ni en ninguna otra parte.

“Era un secreto de estado, nadie hablaba sobre ello”, dice Gad Shimron, uno de los agentes que trabajaba en el complejo turístico.

“Ni siquiera lo sabía mi familia”.

Derechos de autor de la imagen Gad Shimron Image caption Shimron dice que ni siquiera su familia sabía sobre la verdadera función del complejo turístico en Arous.

Situación difícil

Los judíos etíopes pertenecen a una comunidad llamada Beta Israel (Casa de Israel), cuyo origen está rodeado de misterio.

Algunos creen que descienden de una de las llamadas 10 tribus perdidas del antiguo reino de Israel o de los israelitas que acompañaron a un hijo de la reina de Saba y el rey Salomón de regreso a Etiopía en el año 950 a.C. Otros dicen que huyeron después de la destrucción del primer Templo Judío en 586 a.C.

Estos seguidores de la Torá, practicaban una versión bíblica del judaísmo y rezaban en sinagogas. Pero, aislados del resto de los judíos por milenios, pensaron que eran los únicos judíos que quedaban en el mundo.

En 1977, uno de los miembros de esta comunidad, Ferede Aklum, se unió a una oleada de refugiados etíopes no judíos que cruzaron la frontera hacia Sudan para escapar de la guerra civil y la crisis de hambre que sufría el país.

Derechos de autor de la imagen AAEJ Archives Online Image caption Ferede Aklum (izquierda) y Baruch Tegegne, líder etíope judío.

Aklum envió cartas a distintas agencias pidiendo ayuda y una de las misivas fue a parar al Mossad.

Para el entonces primer ministro israelí, Menachem Begin —quien fue él mismo un refugiado de la Europa ocupada por los nazis— Israel era un refugio para los judíos en peligro. Los judíos etíopes no eran una excepción y Begin le dio instrucciones a la agencia de inteligencia para que se hiciera cargo del asunto.

Después de entrar en contacto con un agente del Mossad, Aklum pasó el mensaje a su comunidad, explicándoles que tenían más posibilidades de llegar a Jerusalén a través de Sudán que desde Etiopía, que había impuesto severas restricciones a la emigración.

Esto les daba la tentadora oportunidad de cumplir con un sueño de 2.700 años. Y, en el período que siguió, unos 14.000 judíos etíopes hicieron el peligroso viaje de 800 kilómetros a pie, junto con más de un millón de otros emigrantes etíopes que buscaban refugio cruzando al otro lado de la frontera con Sudán.

Derechos de autor de la imagen AAEJ Archives Online Image caption Esta foto de 1983 muestra una familia etíope judía en Sudán.

A cerca de 1.500 refugiados judíos los mataron en el camino, otros perecieron en los precarios campamentos cerca de Gedaref y Kassala y otros fueron secuestrados.

Como no había judíos en Sudán, un país de mayoría musulmana, les dijeron que no revelasen su religión para no destacarse entre la multitud y para que no los atrapase la policía secreta de Sudán.

Misión de rescate

Casi inmediatamente, comenzaron las actividades a pequeña escala para sacar a los judíos etíopes de Sudán rumbo a Europa (con papeles falsos) y de allí a Israel.

Pero la costa sudanesa ofrecía la posibilidad de realizar operativos a mayor escala.

 

“Le pedimos ayuda a la marina israelí”, le dice a la BBC un agente de alto nivel que estuvo involucrado en la misión, pero que prefirió mantener su nombre en el anonimato.

“Nos dijeron: ‘Está bien’, así que un par de agentes del Mossad fueron a Sudán para buscar playas donde fuera posible un desembarco. Y así encontraron este pueblo en la costa, en el medio de la nada”.

“Para nosotros fue un regalo del cielo. Si podíamos quedarnos con este lugar y arreglarlo, podríamos decir que era un pueblo para hacer buceo y eso nos daría una buena razón para estar en Sudán y, además, para merodear por la playa”.

Lo que pasó a continuación es el tema de una película de Hollywood que se estrenará pronto llamada “Red Sea Diving Resort”, que cuenta la historia del operativo.

Lugar perfecto

Finalizado en 1972 por empresarios italianos, el complejo turístico consistía en 15 bungalós, una cocina, un gran comedor que daba a la playa, una laguna y el mar.

 

Pero, como no tenía electricidad ni agua, el proyecto quedó a medio camino y nunca se inauguró.

“Es un lugar muy difícil si no tienes el apoyo del Mossad”, dice un espía que no quiso dar su nombre.

Con pasaportes falsos, un grupo de espías que se hicieron pasar como empleados de una empresa suiza fueron a Sudán, convencieron a las autoridades de las ventajas de su propuesta y alquilaron el resort por 3 años a cambio de US$225.000.

Complejo falso

Pasaron el primer año renovando el sitio y consiguieron agua y combustible.

El complejo fue equipado con elementos y dispositivos hechos en Israel, incluyendo aire acondicionados, motores para lanchas y equipos para hacer deporte de primera calidad. Todos estos aparatos fueron ingresados al país de contrabando.

“Trajimos el surf a vela a Sudán” dice Gad Shimron con una sonrisa. “Trajimos la primera tabla, y como yo sabía surfear, les enseñaba a los visitantes. Otros agentes del Mossad también se hacían pasar por instructores de buceo profesionales”.

También reclutaron a 15 empleados locales, contando camareras, choferes y hasta se robaron a un chef de un hotel.

Derechos de autor de la imagen Gad Shimron Image caption Shimron cuenta que ni siquiera los propios etíopes judíos sabían del operativo. A ellos les decían que eran mercenarios.

“Le pagamos el doble”, le dice a la BBC un espía.

Ningún empleado sabía el verdadero propósito del resort o que sus jefes eran espías del servicio de inteligencia israelí.

Las espías mujeres estaban a cargo de las actividades diarias, para no despertar sospechas.

El depósito de los equipos de buceo estaba bajo llave, fuera del alcance de los demás. Allí estaban escondidas las radios que los espías usaban para contactar regularmente con el cuartel central en Tel Aviv.

Tras atender a los turistas durante el día, los agentes se escapaban luego por la noche a un punto de encuentro ubicado 10 kilómetros al sur de Gedaref.

“Le decíamos al personal que nos íbamos a Jartum por unos días o que nos íbamos a encontrar con unas enfermeras suecas del hospital en Kassala”, dice Shimron.

Allí recogían a grupos de etíopes judíos traídos de contrabando desde los campos de refugiados por un grupo de la misma comunidad reclutado para ese trabajo.

“A los refugiados no les dábamos aviso, para no poner el operativo en riesgo”, cuenta Shimron. “Ni siquiera sabían que éramos israelíes. Les decíamos que éramos mercenarios”.

Image caption Los etíopes judíos eran llevados a una playa en un bote de goma durante una hora y media, y allí cambiaban a un barco para hacer la travesía a Israel.

Desde el punto de recogida, llevaban a los atónitos refugiados en un viaje de dos días (800 kilómetros), evitando puestos de control o pagando sobornos, rumbo a Israel.

Al llegar a la playa, al norte del complejo turístico, la marina y los equipos de aire y tierra israelíes llegaban en botes de goma y se los llevaban a una hora y media de allí, para esperar al barco que los llevara a la Tierra Prometida.

“Todo el tiempo había peligro”, recuerda un agente que prefiere mantenerse en el anonimato. “Todos sabíamos que si uno de nosotros quedaba expuesto, acabaríamos ahorcados en el centro de Jartum”.

Eso casi ocurrió en marzo de 1982, cuando uno de estos operativos fue visto en la playa por un grupo de soldados sudaneses.

Estos pensaron que eran contrabandistas e hicieron disparos de advertencia, pero el bote de goma cargado de etíopes logró huir a tiempo.

Después de dicho incidente, se decidió que las evacuaciones los dejaban muy expuestos y se diseñó un nuevo plan.

Se les pidió a los espías que buscaran un sitio para aterrizar en el desierto aviones Hercules C130.

El plan consistía en sacar a los refugiados de forma secreta por aire.

Image caption El viaje final lo hacían en barco.

Reputación de oro

Mientras tanto, los israelíes continuaban manejando el complejo turístico y entreteniendo a los visitantes. Para entonces, el resort de Arous ya había ganado muy buena reputación.

Entre su variada clientela había unidades del ejército egipcio, soldados británicos, diplomáticos extranjeros de Jartum y funcionarios sudaneses. Todos ignoraban la verdadera identidad de sus anfitriones.

El complejo de Arous se volvió tan exitoso que se hizo económicamente autosuficiente, para alivio de los contadores del Mossad.

Parte de las ganancias se utilizaba para alquilar los camiones que se llevaban a los refugiados.

Jonás dentro de la ballena

Mientras, se llevaban a cabo las transferencias en avión, Shimron y su equipo se enteraron de que había una pista británica abandonada después de la II Guerra Mundial cerca de la costa y, una noche de mayo de 1982, aterrizó allí el primer Hércules con un pelotón israelí.

Años más tarde, uno de los 130 etíopes rescatados en ese vuelo le dijo a Shimron: “No tienes idea lo que significó para mi viajar en un avión, cruzando el desierto sudanés en medio de la noche”.

“Nunca antes en mi vida había visto un avión. Me sentía como el profeta Jonás dentro del estómago de la ballena y, de repente, tres horas más tarde, estaba en Israel”.

Derechos de autor de la imagen Getty Images Image caption Un avión Hércules israelí.

Después de dos vuelos, el Mossad descubrió que las autoridades de Sudán sospechaban algo (el agente que me lo contó está convencido de que fue un beduino el que fue con el cuento), y el equipo recibió órdenes de buscar otro sitio de aterrizaje.

Encontraron un lugar adecuado mucho más cerca de Gedaref, que resultaba más ventajoso porque reducía el viaje con los refugiados a un par de horas.

El problema era que no era una pista, sino “solo un pedazo de desierto”, explica uno de los espías.

Tenían muy poca luz y los aviones tenían que recurrir a muchos dispositivos de ayuda para encontrar las “pistas”, después de un largo y tedioso vuelo en la oscuridad.

A pesar de las complejidades y las potenciales consecuencias catastróficas, se hicieron 17 vuelos clandestinos con ayuda y coordinación del complejo del Mar Rojo, a unos 600 kilómetros de distancia.

Hacia finales de 1984, se declaró hambruna en Sudán y se decidió escalar las evacuaciones.

Con intervención de Estados Unidos y el pago de una gran suma de dinero, el general Jaafar Nimeiri acordó dejar que los refugiados judíos volaran directamente de Jartum a Europa.

Lo hizo con la condición de que todo se mantuviera en secreto, para evitar repercusiones en el resto del mundo árabe.

Mediante 28 vuelos encubiertos en varios Boeing 707 prestados por el dueño judío de una aerolínea belga, 6.380 etíopes judíos fueron trasladados a Bruselas y de allí, a Israel.

Este rescate llevó el nombre de Operación Moisés.

Derechos de autor de la imagen Getty Images Image caption En este Being 707 cientos de etíopes viajaron a Israel.

La información se censuró pero, al final, hubo “una filtración a la prensa por parte de alguien de la Agencia Judía (una organización no gubernamental israelí)”, explicó uno de los espías.

La historia se escapa de las manos

Periódicos alrededor del mundo publicaron la historia el 5 de enero de 1985 y Sudán terminó inmediatamente los vuelos.

Públicamente negó haber participado en los operativos y desestimó las acusaciones de que había gestado con Israel un “plan etíope-sionista”.

El Mossad continuó manejando el complejo de veraneo para mantenerlo disponible como una opción para operaciones encubiertas.

A pesar de la pausa en los operativos de rescate, los espías tenían que seguir atendiendo a los visitantes y Shimron organizó allí un par de veces las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Afuera, el ambiente había empezado a cambiar. “Desde enero de 1985 podía sentir que se venía un golpe de Estado”, explica Shimron.

No tomó demasiado tiempo.

El 6 de abril de 1985, el general Nimeiri fue derrocado por oficiales del ejército. Fue un cambio que puso en peligro los operativos en Arous.

Derechos de autor de la imagen Getty Images Image caption Cuando el general Nimeiri fue derrocado por un golpe de Estado, el operativo entró en peligro.

La nueva junta militar quiso deshacerse de los espías de la agencia israelí, reales o imaginarios, para reivindicar sus credenciales en el mundo árabe.

El jefe del servicio de inteligencia israelí dio la orden de evacuar el complejo turístico. Lo hicieron, sigilosamente, al día siguiente.

“Seis de nosotros dejamos el sitio al amanecer en dos vehículos”, dice uno de los espías que no quiso ser identificado.

“Un C130 aterrizó por el norte, en una pista que no habíamos usado nunca. Nos subimos al avión y nos volvimos a casa”.

“En el complejo solo quedaron turistas”, dice. “Se habrán despertado por la mañana y se habrán encontrado solos en el desierto. Los empleados seguían allí, pero nadie más (el instructor de buceo, la manager y todos los demás desaparecieron).

Tras la partida de los espías, el complejo se cerró.

Para los 492 etíopes judíos varados tras el abrupto final de la Operación Moisés, se hizo un nuevo vuelo dos meses más tarde organizado por el entonces vicepresidente de Estados Unidos George Bush, y un Hércules estadounidense se los llevó a Israel.

En los 5 años siguientes, se hicieron más operativos que se llevaron a casi 18.000 etíopes al estado de Israel para que pudieran comenzar una nueva vida.

Derechos de autor de la imagen Raffi Berg Imagen caption Shimron no se siente un héroe. Los héroes fueron los etíopes judíos, dice.

Ferede Aklum era uno de ellos.

“Los etíopes judíos son los verdaderos héroes en esta historia”, dice Shimron mientras bebe un sorbo de té en un café de Tel Aviv. “No los pilotos, no los espías del Mossad”.

“Pienso en lo que vivieron. Horrores que una persona común no podría tolerar ni siquiera un día”.

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