Era Montevideo que hacía sombra.

Anna Donner ©®

Era Montevideo que hacía sombra —me digo —la ciudad espectral resignada de memorias de cadáveres se erigía en el escenario en todo su esplendor: sobrevivientes de lo ignorado se gestaban en la matriz resignada, no natos perfectos rutinarios y obedientes, era Montevideo que flotaba en el limbo de la nada, la juventud obediente transitaba las aceras de la norma degustando algodón azucarado rosado. —Eso tiene gusto a nada y hace mal —me dijo mi madre aquella tarde en el Parque Rodó al ver a los niños con aquella maravilla. —Por favor —insistí —No, eso tiene gusto a nada y hace mal. —Montevideo tenía gusto a nada y hacía mal, los días sucedían a las noches en el predecible orden de los acontecimientos, Montevideo estaba encandilada por luces psicodélicas para no ver su sombra de cloacas de gente con la boca sellada —Y la vida también —que no podía gritar (no debía gritar) atragantada de diablos censurando el sentido de la existencia —No hay sentido, hay orden —decían las larvas que se arrastraban en el fango y penetraban los cuerpos abandonados gangrenados que trataban de emerger a la superficie y la bota los pisaba… represiones ahogadas hicieron ebullición en un corto circuito y las luces psicodélicas se apagaron para siempre. La función terminó y Montevideo era una sombra de existencias buscando desesperadamente el sentido de ese inframundo que había emergido a la superficie: cabezas rapadas con pelos parados, camperas  negras con tachas, —esos raros peinados nuevos —dijo Charly, sonidos estridentes que los rutinarios no entendían, un pseudocódigo de demanda de respuesta volaba por el aire caóticamente puro… era Montevideo nacida del submundo de los calabozos y memoria amputada, era Montevideo en sombra que esperaba a que saliera el sol.

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