IRÁN: Los halcones iraníes toman fuerza

Foto: Mohammad Javad Zarif (sentado a la izquierda) y su homólogo iraquí Mohamed Ali Alhakim (sentado a la derecha) firman un memorándum de entendimiento en presencia del presidente Hasan Rohaní y el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi.

 

La exclusión del ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, de los actos oficiales en la primera visita a Teherán del presidente sirio, Bachar el Asad, desde el comienzo de la guerra, fue un gesto deliberado de desprecio del ala dura del régimen a los moderados cercanos a Hasan Rohaní.

Zarif –con un papel decisivo en las negociaciones del acuerdo nuclear con el G5+1– anunció su dimisión en Instagram el 25 de febrero y Rohaní la rechazó apenas transcurridas 48 horas. El gobierno quería mostrar que la crisis se había resuelto a su favor. Pero las apariencias engañan. Sin el consentimiento del líder supremo, Alí Jamenei, Rohaní no lo habría podido restituir en el cargo. En realidad, Zarif nunca ha tenido las riendas de la política exterior; las decisiones importantes las toman Jamenei y el general Qasem Suleiman, desde 1997 jefe de la elitista Fuerza Al Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI), los denominados Pasdarán, y hoy responsable del diseño de la política militar exterior, que se extiende de Líbano a Yemen.

Los halcones iraníes tildan a Zarif de “yanqui” porque vivió en EEUU entre 1977 y 2006, donde estudió Relaciones Internacionales, lo que le pone bajo sospecha por su presunta occidentalización, pero también porque su ausencia de Irán le impidió participar en la revolución y en la guerra contra Irak, donde se forjó la generación que hoy ocupa el poder en Teherán. Sus enemigos lo acusan de haberse dejado engañar en Ginebra y de debilidad ante el cerco que Donald Trump está estrechando en torno a Irán.

La humillación que supuso su ausencia en la reunión entre El Asad, Jamenei y Rohaní hizo evidente su ostracismo, lo que no le dejó otra salida que dimitir. Suleiman, que acaba de recibir la Orden de Zulfikar (la más alta condecoración militar iraní), no oculta su animadversión a Zarif.

Para aliviar la presión exterior, Zarif quiere que Irán acepte las reglas de la Financial Action Task Force, diseñadas para combatir el lavado de dinero y la financiación del terrorismo internacional. Teherán tiene que dar ese paso si quiere que la UE mantenga las relaciones comerciales bilaterales que Washington intenta bloquear.

Pero hay pocas cosas más perjudiciales para los Pasdarán que unas normas que obstaculizarían sus negocios y su envío de fondos a los rebeldes yemeníes, Hezbolá y las milicias chiíes desplegadas en Siria.

Para demostrar su fuerza, los halcones han forzado el encarcelamiento de uno de los negociadores del pacto nuclear acusándolo de espionaje, y han enjuiciado por corrupción a un hermano de Rohaní.

Jamenei y Suleiman han montado un aparato diplomático, paralelo al gobierno, del que forman parte Kamal Jarrazi, exministro de Exteriores y director del Consejo Estratégico de Relaciones Exteriores, y Ali Shamjani, representante personal de Jamenei en el Consejo Supremo de Seguridad Nacional.

En ese complejo entramado de poder, Zarif es hoy, tras el abandono de Trump del pacto nuclear, una figura decorativa. Pero Rohaní no lo podía dejar caer sin riesgo de perder aún más terreno frente al ala dura, que no quiere esperar a un relevo en la Casa Blanca para reanudar el programa nuclear. Jamenei salvó su cabeza porque permite a Irán contar con una figura bien valorada en Bruselas y que hace todo lo posible para mantener el acuerdo nuclear.

Si saben jugar sus cartas, Rohaní y Zarif pueden equilibrar la partida. Su primera visita a Bagdad, en respuesta a la que realizó a Teherán el presidente iraquí, Barham Salih, en noviembre, fue un éxito. En la ciudad santa de Najaf le recibió el ayatolá Ali al Sistani, la mayor autoridad religiosa chií de Irak y quien no suele recibir a líderes políticos.

Pese a que Washington ha urgido a Bagdad a rebajar sus relaciones con el país vecino, con el que comparte una frontera de 1.400 kilómetros, Irán suministra a Irak el 20% de la electricidad que consume. Los comercios iraquíes están repletos de productos iraníes.

La ayuda de EEUU, fuera de la estrictamente militar, en cambio, ha brillado por su ausencia.

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