Rabbi Sherwin Wine BASES DEL JUDAÍSMO HUMANISTA SECULAR

Rabbi Sherwin Wine

Publicado originalmente en Secular Humanistic Judaism, agosto 1987
Traducción del inglés: Mina Fridman Ruetter

Desearía antes que nada probar vuestros límites en cuanto a lo que es una identidad judía significativa.
Usted es hijo de un sobreviviente. Usted no tiene inclinaciones religiosas de ningún tipo: de hecho el Holocausto lo ha desviado del todo. Cuando la gente le interroga sobre su identidad judía, usted les dice que no celebra Rosh Hashaná, Iom Kipur, Sukot, Shavuot, que no le interesan las festividades. No obstante, usted dice que su identidad judía es para usted muy importante porque para usted la historia judía está relacionada con su propia filosofía de vida. Su propia filosofía de vida es secular y humanista. Usted considera estar a cargo de su destino. Usted considera que el mensaje de la historia judía es precisamente eso.

Usted es israelí, y si hay algo que odia, es la religión. Usted nació en Polonia. Le cebaron de religión por la fuerza. Vino a Israel. Ahora le encanta ir a la playa en Rosh Hashaná. Si alguien le preguntara sobre su identidad judía, diría: “No tengo por qué preocuparme de ella. Hablo el hebreo todo el día”.

Usted es ateo anglo-sajón. Creció en el Bronx. La mayoría de la gente de su barrio era judía. Fue a una escuela secundaria predominantemente judía. Luego a un college donde el 50% de los estudiantes eran judíos y a medida que pasa el tiempo usted reconoce que la mayor parte de su vida transcurre con judíos. Entonces un día decide que le gustaría ser judío. Se identifica con la historia y el destino del pueblo judío. La mayoría de sus amigos son judíos. Usted comienza a decirle a la gente que es judío.

Usted es abogado. Tiene poco interés en la actividad religiosa formal, pero viajó a Israel en 1968 y se interesó. Todos los años, cuando viene la Campaña Unida, usted se involucra. Se siente muy, pero muy judío, pero la mayor parte de su actividad judía consiste en recolectar dinero para Israel.

Usted es padre. Es judío secular, y la única cosa que odia es encender velas. Sin embargo, le gustaría hacer algo para el Shabat. Decide elegir algo de su poesía judía favorita y, precisamente, antes de que comience la comida, leer un poema o dos para su familia.

Usted es estudiante graduado. Se involucra muchísimo con el budhismo Zen. Pero ama su identidad judía. Se dice a sí mismo: mi filosofía de vida es Zen, pero mi cultura es judía. Aprenderé ídish, aprenderé hebreo, practicaré Zen en hebreo.

Usted es un “iored”, uno de esos que abandonan Israel y vienen a vivir a Detroit para hacer dinero. La gente le escribe cartas de allá, y usted siempre contesta que está aquí sólo provisoriamente y que intenta regresar. Usted no tiene inclinaciones religiosas de ningún tipo. Se siente culpable por el hecho de haber abandonado la tierra de Israel, pero cuando la gente le hace preguntas respecto de su identidad judía, dice: “Vuelo a Israel dos veces por año. Tengo esa vinculación. Vivo en un mundo en el cual se puede llegar allá en trece horas”.

Usted es una mujer atractiva, y sus padres han estado esperando por mucho tiempo que se case con un judío. En la Universidad de Michigan usted conoce a alguien que no es judío pero a quien ama intensamente. Usted es judía secular, él es anglosajón secular, y usted se interroga: ¿Podrá funcionar este matrimonio? Sus padres opinan que no, y agregan: “Si la gente como tú hace ésto, ¿qué sucederá con la supervivencia del pueblo judío?” Usted está desgarrrada entre sus propias aspiraciones y la culpa que siente. Se dice: “Amo mi identidad judía. Tengo una buena y fuerte identidad cultural y es todo lo que necesito. Puedo amar a alguien de otro pueblo. Al fin y al cabo, soy humanista”.

Estas no son anécdotas ociosas. Pertenecen a personas a quienes he conocido. Quizás usted también las haya encontrado. Son gente con la que nos chocamos en Norteamérica, pero no creo que estén confinadas a este país. Pienso que estos problemas aparecen en todo el mundo judío.

Hoy en día tenemos montones de personas que proclaman ser judías de modos inaceptables para la tradición. No hablo de si la persona es oficialmente judía. Según la ley ortodoxa, si uno ha nacido de madre judía y anda por ahí haciendo “mantras” tibetanas, está bien: si se quiere disfrazar de sacerdote católico, también; su identidad judía está asegurada.

No estoy hablando de eso. Hablo del “buen judío”. ¿Cuáles son los parámetros de una identidad judía significativa? En otro tiempo eso era fácil de contestar porque los rabinos estaban a cargo, y sencillamente equivalía a reverenciar los ancestros y obedecer la Halajá. Ahora eso se ha ido.

En los últimos dos siglos, han surgido tres opciones.

Reforma, Idish, Sionismo
La primera fue la Reforma, que respondía a los tremendos cambios que sufrían los judíos en el siglo XIX. La Reforma respondía a las necesidades Judías definiendo la identidad judía como identidad religiosa. Éra mos una corriente religiosa, y asi los judíos serían aceptables para vivir en este mundo moderno, abierto, creado por la Ilustración y la Edad de la Razón. Pero la ideología de la Reforma ha sufrido un colapso. En primer lugar, muchos reformadores, aunque hablaban todo el tiempo de Dios, eran básicamente humanistas de gabinete. En segundo lugar, cuando el antisemitismo racista creció al final del siglo XIX y comienzos del XX, la idea de una identidad judía puramente religiosa también colapsó. Hoy el movimiento de Reforma es en verdad fuerte, pero su ideología está desdibujada. El corazón de la antigua ideología ha desaparecido.

Luego, el nacionalismo del ídish. Qué movimiento poderoso fue, basado en un pueblo viviente en Europa Oriental. Pero fue puesto a prueba por el Holocausto.

Y, finalmente, está el sionismo. La respuesta judía moderna más exitosa hacia la cuestión de una identidad judía significativa, alternativa a la tradición, ha sido el movimiento sionista. El surgimiento de Israel, su perseverancia y su centralidad para la vida judía ciertamente han demostrado que el sionismo es una alternativa viable. Pero el sionismo también ha sido puesto a prueba. Una de las cosas que el sionismo iba a hacer era liquidar el galut, la Diáspora y “normalizar” el pueblo judío. Mas la Diáspora permanece, embarazosamente, y muy probablemente seguirá permaneciendo, lo que hace a los judíos todavía anormales y a Israel parte de un pueblo judío mundial.

Se suponía que el Sionismo proveería un sitio en el que los judíos tendrían su propia tierra, y ello ha presentado un problema. Si usted vive hoy en Israel usted es muy conciente del hecho de que, de los cinco millones que habitan dentro de las actuales fronteras de Israel, incluidos los territorios ocupados, cerca de dos millones son árabes. No se puede vivir en Israel sin ser consciente de que se vive, como los ingleses en Canadá, en un estado binacional.

Es muy difícil hablar de la identidad judía contemporánea por una variedad de razones. Primeramente, cada uno de nosotros tiene un interés propio. Si se es sionista se desea imaginar que finalmente todos los judíos optarán por ir a Israel o –y esto se oye todo el tiempo– que el galut se esfumará. Si se es socialista, aún se sueña que de un modo u otro los impulsos colectivos de las masas se unirán.

Uno de los problemas que tenemos al tratar el presente es que nunca habíamos experimentado algo como ésto en la historia judía. Adoptamos decisiones que pueden ser moralmente adecuadas, pero que nuestros ancestros no hubieran aprobado, de modo que nos sentimos culpables. Una de las razones por las que tenemos dificultades es que la cuestión primaria de cualquier programa judío, incluido si es secular, es: ¿Qué pasará con el pueblo judío? ¿Qué podemos hacer para asegurar la supervivencia judía?

Este interrogante nos impide tratar la cuestión básica. El mejor método que conozco para asegurar la supervi vencia judía es el método de los Lubavitcher. Si su valor primordial es la supervivencia judía, entonces la cuestión no es la integridad. Lo que uno hará es unirse al grupo que brinde máxima supervivencia. Usted no cree, es cierto, pero se unirá a los Lubavitcher y se vestirá como ellos, se comportará como ellos, dirá que cree todas las cosas que se supone creen los Lubavitcher, porque su valor primordial es la supervivencia judía.

Es muy peligroso para los humanistas andar dando vueltas diciendo que la preservación del pueblo judío es el valor primordial de la vida judía. Debe haber otros valores. Pero generalmente cuando la gente habla, la supervivencia aflora. Esa es la ansiedad.

Por lo tanto, si vamos a ser capaces de hacer algo por la identidad judia, hoy como judíos seculares y humanistas tenemos que ser concientes de la naturaleza y necesidades del presente. ¿Cuáles son los cambios que han transformado la vida judía? ¿Cuáles son las implicancias de esos cambios? ¿Cómo debemos tratar dichos cambios?

Cambios en la vida judía
Permítaseme hacer un listado de los cambios que han tenido lugar durante los últimos dos siglos. Ha habido una revolución en las creencias —la Edad de la ciencia— que ha socavado el antiguo sistema de creencia en la fe. Ha habido una revolución de la historia. Ya no se puede leer la Biblia y tomarla literalmente. No estamos ni siquiera seguros de que Abraham, Isaac y Jacobo hayan sido seres de existencia real. No estamos ni siquiera seguros de que la mayoría de los relatos que se cuentan sobre Moisés sean auténticos. No estamos seguros, como antes lo estábamos, sobre el origen real del pueblo judío.

Ha habido una revolución secular. Hoy en día la mayoría de los judíos no concurren a instituciones judías para su educación. Incluso las instituciones judías en el Estado judío son réplicas en muchos aspectos de lo que llamamos educación secular. Hoy en día los niños judíos no pasan la mayor parte de su tiempo preocupados por la Torá y el Talmud. Se ocupan de física, química y cosas asi.
Hemos sido cambiados por el bienestar. En una cultura de subsistencia, la cuestión básica es la supervi- vencía del grupo. Hoy hallo que la mayoría de los jóvenes judíos de Estados Unidos no están preocupados por ello, y tampoco estoy seguro de que sea distinto en Buenos Aires o incluso en Tel Aviv, y sé que los kibutzim pasan por este problema. En otro tiempo se podía preguntar a cualquiera: ¿Qué has estado haciendo últimamente en pro del grupo?. Ahora la gente inquiere: ¿Qué necesito para mi felicidad? No me diga lo que necesita el grupo. ¿Qué hará el grupo por mí?

Hemos sido transformados por la tecnología. El judío contemporáneo vive en una aldea global. Es más fácil ir de Chicago a Tel viv de lo que era hace un siglo ir de Chicago a Milwaukee. Uno no hace más que discar y se conecta con Sudáfrica, Zanzíbar o Brasil; se puede hablar con cualquiera en instantes.

Hemos sido transformados por la urbanización. Incluso en Israel, la mayoría de la gente vive en Haifa, Tel Aviv o Jerusalem. La mayoría de los judíos habita centros de cultura y poder.
Hemos sido transformados por los matrimonios mixtos. En Norteamérica, casi el 40% de los judíos se casan con no-judíos. No es verdad que la mayoría de estas personas deseen abandonar el pueblo Judío. Simplemente, viven en una sociedad abierta, en la que se enamoran de personas que no son miembros de su propio grupo. Tienen hijos, muchos de los cuales tienen apellidos judíos y viven en un mundo en el que su identidad es a veces considerada sospechosa por judíos propensos a investigar policialmente la identidad judía. Hemos sido transformados por el utopismo. Hay mucha gente en esta sala que recuerda las décadas de los años ’20 y ’30, o los ’40, en que muchos creían que una revolución socialista cambiaría el mundo. Hemos vivido muchas revoluciones bolcheviques y fascistas, y ahora, incluso algunos de los más ardientes de la izquierda han descubierto que quizá tengamos que reevaluar hacia dónde va éso. Si uno mira el estado de ánimo de los jóvenes actuales, por lo menos en Norteamérica, su afiliación política ciertamente no coincide con lo que eran en los años ’60 o en los ’30.

Hemos sido transformados por el antisemitismo y el Holocausto, que destruyó a un tercio de nuestro pueblo. El evento más dramático en la transformación de la vida judía es lo que yo llamo la “sionistizaclón” del pueblo judío, el establecimiento de Israel, y el surgimiento de Israel como centro focal de la vida judía.

Y, finalmente, tenemos lo que yo llamo la anglosajonización de la vida judía. Cuando se observa la conducta de la gente joven en Tel Aviv, o incluso de la gente de edad mediana, se halla que son parte de la cultura consumlsta que se desarrolló aquí en los Estados Unidos. La cultura de consumo es exportable. Va a todas partes del mundo.

Ahora, después del Holocausto, la comunidad judía más numerosa del mundo, de más de seis millones, reside en Norteamérica, y el poder e influencia de esa comunidad, ciertamente respecto de Israel, son enormes.

¿Cuáles son las implicancias de todo ésto? El judío contemporáneo vive circunstancias únicas. La gente dirá: “Hemos tenido antisemitismo antes y hemos sufrido cambios antes”. Pero no sé de ninguna otra sociedad donde la tasa de cambio haya sido lo que es en nuestra sociedad. Somos asaltados por tanto cambio que sufrimos el shock del futuro. Vivimos todo el tiempo en presente y en futuro.
Una de las razones por las que a menudo es difícil emplear textos tradicionales, a menos que simplemente se saque una cita fuera de contexto, es que aquellos hombres maravillosos respondían a ansiedades que provenían de una cultura más agraria. Algunas de nuestras ansiedades de hoy son las mismas, pero otras no.

Una de las ansiedades que yo encuentro todo el tiempo entre la gente a quien aconsejo, es la incapacidad de manejar todas las cosas que están cambiando en sus vidas. Cambian sus carreras, sus matrimonios se deshacen, el vecindario no funciona y se ven obligados a mudarse, sus aptitudes se tornan obsoletas.

El judío contemporáneo.
El judío contemporáneo sabe generalmente en qué no cree, pero todavía no ha imaginado en qué sí cree. La gente no ha imaginado en qué cree porque las cosas cambian vertiginosamente.

El judío contemporáneo debe esforzarse muchísimo para creer como lo hacía tradicionalmente. Los fundamentalistas que yo encuentro son, en muchos as- pectos, distintos de la gente piadosa del pasado. Cuando uno vive en un ambiente en el que es muy difícil creer lo que se supone que hay que creer, uno desarrolla una actitud desesperada. En un tiempo, las historias de la Biblia eran creíbles, la gente creía en esa clase de mundo. Era fácil porque todos lo hacían. Ahora, si uno desea creer en los milagros de la Biblia debe hacer un esfuerzo. Debe disculparse, defender, explicar; y todo ello produce una enorme militancia.

El judío contemporáneo tiene expectativas más altas. Cuando yo era niño, la gente estaba acostumbrada a sufrir. ¿Qué otra cosa era la vida? Se sufría. Ahora la gente aspira a la felicidad, a su realización, y cuando va al templo o a la sinagoga desea experiencias estéticas magníficas. Recuerdo a la gente sentada en el shil aburriéndose horas y horas y horas. No puedo imaginar a mi padre empleando la frase “experiencia estética”.

El judío contemporáneo sabe que sobrevivir no basta. El Judaismo Humanista Secular nunca ganará terreno si su único foco central es sobre lo que podemos hacer para asegurar la supervivencia judía, porque la supervivencia judía no es la agenda primordial de la mayoría de los judíos, ni siquiera en Israel.

La agenda primordial de la mayoría de la gente tiene que ver con sus necesidades personales, y a menos que uno tenga algo que decir, filosóficamente, poéticamente, o como sea, a su condición humana –no sólo a su condición judía– ¿cómo podrá llegar a ellos?
El Judío contemporáneo vive con todos, y esto se refiere a Israel tanto como al resto del mundo. Hubo un tiempo en que los anglosajones consideraban que los Estados Unidos podrían ser un país anglosajón. Pero vinieron los inmigrantes – polacos, italianos, judíos, rusos, latinoamericanos y los demás. Incluso los anglosajones son tenidos en cuenta en la actualidad como grupo étnico en Estados Unidos. La realidad en Israel también es que los judíos viven con los árabes. Es posible que no lo quieran. Es posible que se sientan como los blancos de mi barrio que desean vivir con negros sólo a unas cuantas millas de distancia.

Vaya uno a encontrar un lugar del mundo de hoy donde los judíos no tengan que relacionarse de alguna manera, ya sea amistosa u hostil, con otros, y que compartir el espacio.

El judío contemporáneo vive en una cultura mundial. Sí yo hubiera sido turista en Japón hace un siglo, no hubiera sabido cómo relacionarme. Nadie hubiera hablado inglés. No hubiera podido entender los artefactos. Lo que sucede en el mundo actual es que existe un tipo de cultura universal creada por la ciencia y tecnología modernas. El judío contemporáneo tiene libertad para hacer sus propias opciones. Incluso en las dictaduras o juntas, en tanto uno no agreda a las autoridades, no les importa que observe el Shabat y no Sukot, Sukot pero no el Shabat, coma cerdo y no sardina, coma sardina y no coma cerdo. Lo que sucede ahora en el mundo es que cada judío desarrolla su propio judaismo privado. Conozco algunos que comen jamón, pero nunca con leche.

El judío contemporáneo convive con el antisemitismo crónico. Es verdad que en la Unión Soviética, si no hubiera sido por el antisemitismo crónico, mucha gente que ahora proclama su judaismo no lo hubiera hecho. Uno de los mejores factores de preservación de la identidad Judía –ciertamente en los tiempo modernos– es el sentido de culpa que alientan aquellos que forman parte de un grupo vulnerable. La erradicación del antisemitismo no sucederá y por una razón muy simple. Nosotros los judíos, por nuestro estilo de vida –de gente superurbanizada, de educación profesional– representamos una adaptación al mundo moderno de la que otros pueblos carecen. El antisemitismo en el siglo XX nunca estuvo dirigido en primer lugar contra las creencias del pueblo judío: estaba dirigido hacia la imagen del judío, el pillo de la ciudad, persona difícil de entender, y que era envidiada y temida.

El judío contemporáneo experimenta a Israel como el evento y el aspecto más dramáticos de la identidad judía de hoy. El fenómeno que conforma el gran incentivo de la identidad judía es la relación de la gente con Israel. Habrá personas que puedan alentar objeciones a algunas de sus políticas, pero la realidad es que a través de los años, algunos de los grupos antisionistas más militantes han modificado dramáticamente sus actitudes. Porque, al fin y al cabo, uno no podrá ser capaz de mirar a Israel y decir “Eres insignificante”.

Un pueblo internacional
Por último, y lo más importante de todo: a fin de entender lo que significa la identidad judía, debemos entender que somos un pueblo internacional. En esta ciudad de Detroit hace unos cuarenta y dos años, Henry Ford publicó y difundió los Protocolos de los Sabios de Sión, el escrito más vilmente antisemita del siglo XX. Allí fuimos llamdos “el judío internacional”. También nos calificó así el padre Charles Coughlin, que en algún momento tuvo aspiraciones a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. La agresión contiene algo de verdad. Una de las razones por las que la gente tiene dificultad en digerimos es que en verdad somos una nación que se ha tornado internacional. No importa lo que la gente haga para normalizamos, éso es lo que seguimos siendo. En la era de la tecnología moderna, en que es fácil volar ida y vuelta, y hay stress económico y la gente busca un lugar donde ejercer adecuadamente las capacidades adquiridas en sus carreras, los israelíes y los judíos de la Diáspora van y vienen. Es altamente improbable, dada la tecnología que se producirá en 60 o 100 años, que las fronteras nacionales sean de enorme significación. Estarán obviamente allí, y el nacionalismo será sin duda poderoso, pero un pueblo internacional puede llegar a ser la onda del futuro.

¿Cómo hacer frente a estos cambios? Un camino es la negación. Esto es algo que se escucha a menudo: “¿Sabe usted qué es lo más grande entre los judíos? La familia judía.” En el condado de Oakland, los judíos tienen una estadística del 50% de divorcios. ¿De qué hablan? La negación equivale a olvidar los hechos desagradables, y lo que tenemos es un clisé que viene del pasado.

Luego está el rechazo: la gente que dice “No me gusta el mundo moderno. No me gusta lo que está sucediendo”. Tenemos fundamentalistas en el mundo judío, de igual manera que en el mundo cristiano y musulmán.

El tercer camino es la culpa. Culpa es cuando uno dice: “Quizá pueda lograrlo de ambas maneras. Quizá pueda cambiar y no cambiar al mismo tiempo. Lo que haré será asistir a los servicios de Iom Kipur y ayunar, y luego quebraré el ayuno con sardinas y mariscos.” Los textos del pasado pueden no necesariamente decir lo que yo creo, y lo que yo podría hacer sin perder integridad es dejarles decir lo que dicen porque los autores de dichos textos tienen derecho a su integridad, y deseo escuchar lo que tienen para decir. No necesito que me hagan kosher. Pero si soy ambivalente y me siento un poquito culpable, digo: “He cambiado, pero si mis ancestros viviesen hoy aquí, dirían: ‘Sherwin, eres un buen muchacho’.”

El cuarto camino es llamado el de la evasión: “Me gusta el judaísmo por la música, algo de danza, una pequeña canción. Eso es todo. Si necesito una filosofía de vida, voy a otra parte.” El poder del judaísmo histórico reside en el hecho de haber incorporado tanto una cultura como una filosofía de vida. Ahora, para mucha gente, sólo son saldos y retazos culturales.

Permítaseme concluir con lo que yo considero el paradigma de integridad. El paradigma responde a las realidades tomándolas en serio, y, si lo hacemos, siguen seis propuestas:

El camino de la integridad
Si nos proponemos ser efectivos como judíos seculares humanistas en el siglo XXI, lo primero que tenemos que hacer es relacionamos con las necesidades que tiene la gente como ser humano, con su condición humana, y no hablar siempre de una cultura judía sino también mencionar una filosofía de vida. Creo que, a menos que tengamos una respuesta secular y humanista a las preguntas: “¿Qué debo hacer con mis emociones?” y “¿Qué debo hacer con mi vida?”, a menos que dediquemos tiempo a estas preguntas dentro del marco de los grupos de judíos seculares y humanistas, no vamos a conservar a nadie. No se puede construir sobre saldos y retazos culturales.
El camino de la integridad significa unir la experiencia judía a dicha filosofía. Soy judío secular y humanista no sólo por haber nacido en una familia judía. Llegué a mi humanismo secular a través de mi experiencia judía. Siento que la historia judia no es la expresión de un Dios justo y que ama, sino de la indiferencia del universo hacia la agenda moral humana; y que si éste es el caso, el significado es que nosotros, los seres humanos, debemos asumir la responsabilidad de nuestros destinos. Mi experiencia judía está vinculada a mi filosofía.
La tercera propuesta es que debemos innovar. La empresa judía más exitosa del siglo XX no fue sólo la creación de Israel; fue el renacimiento del hebreo moderno. Lo que nosotros, judíos seculares y humanistas tenemos que hacer es inventar maneras alternativas de hacer todo tipo de cosas. Lo hemos estado haciendo por mucho tiempo – Shabat, Pésaj, bar y bat mitzvá. No es sencillamente cuestión de rescatar lo viejo; es cuestión también de inventar lo nuevo. Incluso podríamos inventar nuevas festividades.
El camino de la integridad significa que vivamos en apertura. En lo que a mí concierne, todo el que quiera ser judío puede identificarse con el destino del pueblo judío. A esa persona deberíamos decirle: “Bienvenido”. Un ateo del Bronx, ¿desea ser judío? ¡Fenómeno! ¿Por qué no? ¿Desea alguien ser judío nada más que participando en la acción social y política? Bueno. Que cada uno elija lo que es significativo. Nuestro mensaje a la gente es: “No nos oponemos a tu derecho a desarrollar tu agenda. Si quieres poner identidad judía en primer término, está bien. Si deseas que esté en el cuarto y sientes que tienes otras preocupaciones en tu vida que son más importantes, no te vamos a asaltar con una conferencia.”
Si poseemos integridad, rechazamos el utopismo mesiánico. A fines del siglo XX hemos tenido suficientes predicadores de utopías. Necesitamos personas que no sean demasiado pesimistas ni excesivamente optimistas, sino gente realista. Jamás le digo a la gente: “Nosotros los judíos creemos que la paz reinará por fin en el mundo.” Digo: “por la experiencia judía, es bastante incierto. Deberíamos hacer algo al respecto.” Ese es el mensaje de la historia judía.
Quizás lo más importante de todo: tenemos que aceptar que somos un pueblo universal. Eso es lo que trata la Federación Mundial. Quiere decir que la gente de la Diáspora reconoce que Israel es, para todo propósito práctico, el centro del pueblo judío y que los israelíes reconocen, sin indignarse, que la Diáspora seguirá existiendo. Y la razón por la cual Israel es significativa es porque está vinculada a algo que se llama pueblo judío, que es un pueblo universal.
Una buena filosofía de vida enseña a la gente a encarar la realidad y a ser lo suficientemente fuerte como para tratar esa realidad. La razón por la que me considero judío secular humanista es que afirmamos la dignidad humana, lo que quiere decir que no tememos encarar la verdad, tanto la grata como la ingrata. Este es nuestro orgullo, tanto como judíos y como seres humanos.

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