La cultura de los contornos.

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Anna Donner ©®
 Desde el comienzo de los tiempos, los poderosos de turno siempre tuvieron claro que la ignorancia era la herramienta para someter a las masas. Yendo en el sentido contrario de la tan mentada frase “El Saber No Ocupa Lugar”, para la sumisión y/o dominación; sí lo ocupa.
 (Alguien le preguntó a un agente de inteligencia cómo podía matar tan despiadadamente sin movérsele ni un pelo, y el agente respondió: “Es que nos entrenaron para matar. Matamos por instinto. Es como si hubieran entrenado a un animal. Le dan la orden de matar y mata. Si yo me parara a pensar una décima de nanosegundo, no podría hacerlo”)
 Pensar. Ese es el problema. Se combate (de modo encubierto, claro) que el ser humano se detenga a reflexionar, a analizar por sí mismo. El más conocido es el argumento religioso: “Si Dios lo dice, hágase su voluntad”. Así se dominaba a las masas. Ante todo dilema existencial, la respuesta siempre era la misma: Dios.
 Hoy, Dios se sustituye por los radicalismos. Por los dogmas. Por el pseudoprogresismo, tan nocivo como el más aberrante de los fundamentalismos. Y a estos “dioses” los acompaña la letal apología al pensamiento binario, al reduccionismo en su máxima expresión, a pensar sólo en contornos sin analizar contenidos y defender a capa y espada cuestiones insolentemente simplificadas.
 Hablo de la tan mentada inclusión. A simple vista el vocablo parecería ser muy solidario, todo el mundo quiere ser incluido en un mundo que señala y excluye. Pero, ¡cuidado! Es un ardid. Bajo el letal lema inclusivo se excluye aún más. Comenzando por el idioma español, degollándolo e inventando reglas “ad gadium” para que sean válidos todos los disparates habidos y por haber, bajo la excusa de que el lenguaje era sexista y ahora, gracias a estos adalides de sabiduría ya no lo es: “Todas y todos” (todas antes, para que todos sepan, valga la redundancia, que las mujeres pueden tener la misma jerarquía que los varones, por eso en primer lugar el todas), así ya duplicamos inútilmente todos los sustantivos y a tanta palabra nueva, reglas que “sólo Dios sabe” qué aportan.
 Así, todo está siendo sometido a la peligrosa inclusión, y los límites se desdibujan. Porque cuando la “inclusión” va de la mano del atroz binomio bueno/malo, las deformaciones del pensamiento llegan a niveles alarmantes.  La consecuencia lógica de lo anterior es la ausencia de fronteras que orienten, de límites claros. Pero sucede que para el pseudoprogresismo la palabra límite se asocia, en su insania esquizofrénica, a represión. Así, si uno tiene la osadía de opinar que es un disparate que a un niño de cuatro años le pretendan explicar qué significa ser transexual, le dirán que es de derecha, que es un discriminador, que es un admirador del modelo del macho hegemónico y de la sociedad patriarcal. A mí me parece un disparate mayúsculo pretender explicar a un niño de cuatro años, que recién está tratando de entender el porqué de que él tiene un pene y su amiguita de juegos no, lo que significa ser un transexual. No soy psicóloga, pero soy madre. Y a los cuatro años, cuando recién se está tratando de entender la diferencia entre un macho y una hembra (otra cosa que el pensamiento pseudo progresista niega, quizá tengamos que volver a ser todos como dice el mito de Aristófanes), está muy mal visto para ellos que una tenga la osadía de decir que existen mujeres y que existen varones.
 Bajo el rótulo “Inclusión”, los disparates más atroces están permitidos y esto recién comienza. Que Dios nos ayude. Y soy atea.

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