A 100 años del Nacimiento de Mordejai Anilevich: 1919

 

MORDEJAI  ANILEVICH -LÍDER del LEVANTAMIENTO del GUETO de VARSOVIA 

A continuación un artículo del diputado Daniel Radío.

 

Adjunto la intervención del diputado Bayardi el 15 de mayo de 2013, en ocasión del homenaje por parte de la Cámara de Representantes a Mordechai Anielewicz y [al] levantamiento del gueto de Varsovia.

Mordejai Anilevich. El levantamiento del gueto  de Varsovia 

 

Daniel Radío (Médico de profesión, fue uno de los fundadores del Partido Independiente y es miembro de la Mesa Ejecutiva Nacional. Actualmente es diputado por Canelones.)

 

El Tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, suscrito por los Ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y de la Unión Soviética, von Ribbentrop y Mólotov, se firmó el 23 de agosto de 1939 y gozó de muy buena salud hasta que los nazis ya no pudieron contener su afán de expansionismo y ejecutaron la “Operación Barbarroja”, invadiendo la Unión Soviética.

 

Durante todo este período, el gobierno soviético, además de haberse abstenido de condenar la invasión nazi a Yugoslavia y a Grecia, consiguió que sus partidos leales en Europa se alinearan con su estrategia, contraria a los planes de aquellos gobiernos decididos a enfrentar el régimen nazi.

 

Además se cumplió con las cláusulas secretas del pacto, de las que tuvimos reconocimiento soviético muchas décadas más tarde, y que definían las áreas de influencia en Europa y particularmente el reparto de Polonia, con la mutua autorización a invadir territorio polaco, cada uno por su lado.

 

Solo una semana más tarde de la firma de aquel pacto, el 1º de setiembre, Alemania ataca Polonia y unos días después, Mordechai Anielewicz, un muchacho judío de veintitrés años, escapa hacia el Este esperanzado con la posibilidad de resistencia del ejército de Polonia. Tan solo dieciséis días después de la invasión alemana, el ejército rojo invadió Polonia por el Este, dándole el toque de gracia a las esperanzas polacas.

 

El pacto nazi soviético, estaba en su apogeo. Al intentar abrir un paso hacia Rumania, Anielewicz es capturado por los soviéticos y, cuando más tarde, es dejado en libertad, decide ir a vivir al gueto de Varsovia, donde quieren las circunstancias que le toque ser protagonista en uno de los momentos álgidos de la historia del Holocausto. Una historia de dolor y de muerte. Una historia de horrores tan enormes que para comprenderlos en forma descarnada, para contemplarlos y pretender abarcarlos en su totalidad, y sobre todo para interpretarlos, descifrando cabalmente su significación, fue necesario tomar distancia. La distancia que nos da el tiempo.

 

Pero si ahora en cambio, hacemos el esfuerzo de acercarnos; si ajustamos el micrométrico y logramos vislumbrar la angosta vereda de la calle Mila hacia 1939, y si pudiésemos colarnos por alguna de las ventanas de las habitaciones de las casas del gueto de Varsovia, seguramente podríamos confirmar que, entre aquella multitud que terminó siendo víctima de la enfermiza irracionalidad nacionalsocialista, que desgraciadamente no terminamos de desterrar del planeta, había niños; había madres y padres; había gente de carne y hueso; había hermanas, tíos y abuelos; había obreros y campesinas; artesanos y profesionales. Eran personas.

 

Pero mucho más terrible que eso, va a ser constatar que del otro lado, del lado de los victimarios o de quienes los justificaron, a ellos y a sus aliados, también había madres y padres, también había obreros, también había campesinos y sindicalistas, también había artesanos y profesionales, empresarios, hermanas, tíos y abuelos.

 

Y sin embargo, entre uno y otro lado, no había diferencias fundadas en razones genéticas, como pretendían hacernos creer los ideólogos del régimen. Eran todos miembros de la misma especie.

Pero hubo personas que no habían entendido que no hay profeta, científico ni filósofo, y que no hay interpretación más o menos lineal o dialéctica de la historia, y que tampoco hay característica antropomórfica, opción sexual, procedencia étnica o posición relativa con respecto al medio de producción, que nos permita justificar la barbarie.

 

Se trata de gente que perdió la brújula y en una de esas tantas bifurcaciones del camino de la vida terminó, más o menos conscientemente, embarcándose en la causa del odio y del desprecio por la otredad. Y el odio y el desprecio por la otredad nos transforman y nos hacen ser indignos miembros de esta especie de cuarenta y seis cromosomas.

 

Pero en el epicentro de toda historia que evidencie las miserias humanas también hay testimonios que reivindican nuestra condición.

 

Es importante recordar el levantamiento del gueto de Varsovia y a Mordechai Anielewicz, un botija de veintitrés años, comandante en jefe de la resistencia y mártir de la libertad.

 

Es importante recordar el levantamiento del gueto de Varsovia y a Mordechai Anielewicz porque hoy, inmersos en la cultura del consumo y de la instantaneidad, enfermos de telecomunicaciones y enamorados de la virtualidad, propensos a las fugas y a las desconfianzas, muchos Mordechai Anielewicz nos hacen falta en el mundo contemporáneo para dar testimonio de entrega y de amor al prójimo.

 

Mordechai Anielewicz era uno de los nuestros, estaba de nuestro lado, como tantos otros judíos, y como tantos otros hermanos. Como tanta gente que tiene la piel oscura. Como tantos alemanes, gitanos, albaneses o armenios. Como tantos rubios a los que por suerte, a pesar de la canción, les seguimos abriendo la puerta y les llamamos amigos, porque de lo contrario, sí que sería una maldición. Como otros tantos Mordechai, imprescindibles para construir estos relatos épicos, mojones de la historia.

 

Y sobre todo como tantas otras juanas y pedros y diegos, más o menos anónimos, que colaboran diariamente, casi sin saberlo, con el aprendizaje perpetuo de la democracia política y de la solidaridad social, dando batallas seguramente mucho menos épicas y con menor proyección individual, pero imprescindibles para la construcción cotidiana de un mundo donde el amor al prójimo sea mucho más una vivencia empírica y cotidiana. Y sea mucho menos la invocación de cualquier manual de divulgación ideológica (más o menos disfrazado de ciencia) o de cualquier antiguo texto religioso.

 

http://columnistas.montevideo.com.uy/uc_302738_1.html

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