HEBREO: IDIOMA DE TRASCENDENCIA

HEBREO: IDIOMA DE TRASCENDENCIA

Rodrigo Varscher

 

La palabra hebrea para designar al idioma hebreo es עברית, forma femenina de עברי, género en el que se designan los idiomas en este particularmente. Remite a la historia bíblica de Abraham, el primer “hebreo”, gentilicio que procede de la actitud de dicho personaje de “pasar” o “cruzar” (לעבור) su tierra natal de Ur y asentarse en el antiguo Canaán. Aquellos que se unieron a su iniciativa se denominaron hebreos, individuos que también estuvieron dispuestos a abandonar su tierra ancestral y trasladarse a otra nueva. Abraham, además, quiso “pasar” de la idolatría pagana al monoteísmo, de la desigualdad politeísta al orden monoteísta; el cambio teológico tuvo una motivación esencialmente ética: abandonar la injusticia y la desigualdad propia de una sociedad que creía en la multiplicidad de dioses y, por tanto, de valores y parámetros, a una creyente en un solo Dios que impusiera una ley y un orden parejo para todos. De ahí que en el Génesis Dios diga “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1:26), es decir, una especie humana con un determinado sistema de valores y creencias compartidos que rija la sociedad.

Por otra parte, la raíz de “hebreo” (ע.ב.ר) significa tanto “pasado” como “pasó”. El propio nombre del idioma alude a la noción de que lo que aglutina a un pueblo es precisamente su historia, su pasado en común. El pueblo hebreo siempre tuvo muy clara esta idea: más allá de las creencias y de los rituales compartidos, se supo un solo pueblo gracias a la consciencia de pertenecer a un colectivo humano particular cuyo nombre e idioma que habla remite directamente a esa noción de que el pasado constituye al pueblo. Asimismo, el hecho de que el nombre del idioma tenga una relación etimológicamente directa con el significante “pasado” transmite la noción de que para que perdure el recuerdo y el conocimiento de un pueblo, es necesario dejar constancia escrita de él. Cuando mueren los testimonios que pueden relatar ese pasado vivido, lo único que puede garantizar su memoria es precisamente la documentación escrita. Señala Freud en su ensayo “El malestar en la cultura”: “La escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente”. A su vez, la raíz de “hebreo” también se puede leer, y por tanto significar, como “al otro lado de” o “más allá de”. Este significado nos transporta nuevamente a la historia del traslado de Abraham y su familia a la Tierra Prometida, pues ese era el mandato divino que había recibido Abraham y, por tanto, esa era su convicción: “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1).

Así vemos que el idioma del pueblo hebreo encarna, por un lado, el recuerdo de la convicción primigenia que lo fundó y, por otro, la intención que persigue toda lengua y que se encuentra en la esencia de su propia naturaleza: ir más allá, dejar constancia escrita de lo pasado/hebreo para que los límites espaciales y temporales no obstaculicen ni hagan olvidar el recuerdo de lo que sucedió antiguamente, eso que la humanidad se ha esforzado con ahínco por lograr a lo largo de la historia mediante el lenguaje y la escritura: trascender.

Rodrigo Varscher

 

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