No quiero tu piropo.

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Anna Donner ©®

El aire está raro. —Quizá sea el calor —me digo. El aire está húmedo, por momentos quiero respirar pero siento una opresión generalizada. ¿Cuándo es que hemos perdido nuestra libertad de ser como realmente somos? —me pregunto. Quizá fue sucediendo gota a gota, sin que me diera cuenta. Quizá muchos me traten de cursi, pero lo cierto es que este año —quizá esté más sensible, no lo sé —percibo que el aire está teñido de negro. Se trata de rótulos. Rótulos diversos. Una absoluta falta de respeto por el que piensa diferente. Se lee violencia y desprecio. No hay respeto por ideologías, por la toma de determinada postura, por las elecciones que cada uno hace.

Creo que no es necesario ser violento y vil para ser crítico. Porque ser crítico, es precisamente ser analítico. Si discrepamos con algo, abogo por la construcción de lo que creemos coincidimos. Las posturas desde pedestales de soberbia, las agresiones entre una hinchada u otra, como si en el talud del estadio estuvieran; restan. Tras esa fachada “revolucionario-anti-gobierno-quejoso-sin-proponer”, o los agravios “lumpen izquierdoso” o “facho”, lo que se esconde es un gran vacío que es necesario llenar con agravios, burlas y ofensas.

Las palabras “machista” y “feminista” han perdido su referencia. Los clichés que se repiten ya hartan: “Hijos del patriarcado hegemónico”, “Mujeres empoderadas”, etc. El pensamiento binario, cada vez más presente en donde debería estar ausente, hace una síntesis banal de conceptos, que para ser comprendidos deben de ser desmenuzados. La pérdida del respeto hacia las palabras “machista” y “feminista”, lejos de ayudar a pelear por los derechos de las mujeres, restan. Porque las definiciones “new-age” de uno u otro, están plagadas de ignorancia y demagogia. Parecería que según la erudición posmoderna, ya el sólo hecho de haber nacido hombre, resta. Me parece muy bien que las mujeres se hayan unido y denuncien la violencia de género. Pero hace unos días, una mujer abusó de menores, la noticia salió en los diarios, y nadie hizo ruido. ¿Por qué? Porque la victimaria era una mujer, y eso no es políticamente correcto, porque los victimarios siempre son los hombres. No, señoras. La violencia de género no tiene género, valga la redundancia, existen mujeres que son monstruos, existen hombres que son monstruos, porque los monstruos son asexuados. Existen mujeres que una vez que se divorcian por venganza no dejan que el hombre pueda ver a sus hijos, pero sí le piden dinero. Existen hombres (también, sí), que una vez que se divorcian por venganza no dejan que la mujer vea a sus hijos. ¿Creían que eso no existe? Despierten.

Las feministas-new-age son violentas “per.se”, tienen tolerancia cero hacia todo lo que tiene que ver con lo masculino: ya vemos los disparates que son capaces de hilar, como por ejemplo, volver a escribir “El Principito” porque alguien decretó que había pocos personajes femeninos. ¿Y? ¿Eso qué tiene que ver? Y ante cualquier idea que no sea aplaudirlas, uno es tildado de “Hijo del patriarcado hegemónico”, cliché que repiten una y otra vez, pero que muchas ni entienden qué significa, pero es un rótulo rimbombante. Ser feminista no tiene nada que ver con estar de acuerdo con la despenalización del aborto, por más que muchas lo estemos. Ser feminista no tiene nada que ver con separar el estado de la iglesia. La lucha de pañuelos en la vecina orilla ha llegado a extremos impensables. Verde, celeste, naranja. Por aquello de que “la imagen entra más que el concepto”, ya las hinchadas de los taludes toman partido, el verde y naranja están bien, y el celeste es el mal. Y así con todo. Banalización al por mayor. Demagogia al por mayor. Usar el verde y anaranjado con fines políticos. Cuando el hecho de despenalizar el aborto debería trascender cualquier ideología. Pero los populismos son ignorantes. O quieren hacer a sus adeptos ignorantes. Quieren que sus adeptos acaten sin pensar. Y vaya que lo están logrando. Lo mismo sucede con los fascismos. Porque finalmente nos damos cuenta de que populismo y fascismo están mucho más cerca de lo que se cree.

En suma: pasa el tiempo e la violencia crece, no la de género solamente sino la violencia de los totalitarismos disfrazados de ideas progresistas. No se acepta al que va contra la norma, al que interpela, al que duda, al que cuestiona, al que piensa “al revés”. No se aceptan las críticas a los títeres de cartón atornillados a los sillones bordo con ribetes dorados, no se aceptan las críticas a la falsa limosna, no se aceptan las críticas a la mentirosa pose de “me importa mi prójimo, los pobres”, no se aceptan las críticas porque las alimañas han sido descubiertas, porque han mostrado las cartas. Y la única defensa que existe es… la violencia. La barrabrava.

Pensar siempre ha significado correr riesgos. Pensar es tomar postura. Pensar no es acatar.

El aire está raro. —Quizá sea el calor —me digo. El aire está húmedo, por momentos quiero respirar pero siento una opresión generalizada. ¿Cuándo es que hemos perdido nuestra libertad de ser como realmente somos? —me pregunto.

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