LA DERIVA ÉTICA DE LA O.N.U Y SU IRREVERENTE NEGACIÓN DE LA HISTORIA. Por Lic. Psic. Jorge Schneidermann.

LA DERIVA ÉTICA DE LA O.N.U Y SU IRREVERENTE NEGACIÓN DE LA HISTORIA.

   Lic. Psic.  Jorge Schneidermann*

La declaración de fines  y principios formalizada por las Naciones Unidas en su Carta Constitucional suscrita el 26 de junio de 1945, consagró como uno de sus principales propósitos: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz (…)”. (Carta de las Naciones Unidas, 1945, párr. 1).

Por su parte, el manifiesto fundacional de la U.N.E.S.C.O (aprobado por la Asamblea General en noviembre de ese mismo año) refiere enfáticamente a la imperiosa necesidad de construir puentes de entendimiento y pacífica convivencia entre los pueblos, apelando a la incentivación de la educación, la ciencia y la cultura. A tales efectos, destaca que: “(…) puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz (…)” (UNESCO, 2014, p. 7).

Setenta y tres años después, y ostensiblemente apartadas de aquel primigenio espíritu edificante y conciliador, resoluciones como las adoptadas recientemente por la ONU (en clara connivencia con el accionar terrorista de Hamás), así como la recurrente, arbitraria y tendenciosa deslegitimación del derecho de Israel a salvaguardar la integridad de sus ciudadanos, se tornan más que preocupantes. Por otra parte, su complaciente actitud ante mociones negadoras de los irrefutables e indisolubles vínculos históricos, culturales y espirituales que unen al judaísmo con Jerusalén y particularmente con el Monte del Templo, evidencian la futilidad de un organismo cada vez más distante de las consignas pacificadoras establecidas en sus bases estatutarias.

El hecho que la construcción a instancias de Hezbolá de sendos túneles desde territorio libanés (estratégicamente dispuestos para el ingreso de comandos terroristas a territorio israelí) no haya ameritado una enérgica expresión de rechazo por parte de la ONU, no es en absoluto un detalle menor. Trasciende lo estrictamente coyuntural y revela las secuelas de un largo proceso de deterioro institucional signado por una extremada deriva ética.

Concomitantemente, la contumaz trivialización de la historia patrocinada  por la UNESCO, y refrendada discrecionalmente a través de pronunciamientos de vergonzante inconsistencia argumentativa, denuncia claramente la alarmante politización que hoy por hoy afecta y ensombrece su gestión.

¿Resulta ética y jurídicamente admisible que Consejos y/o Comisiones mayoritariamente integrados por países del bloque musulmán (así como por muchos de sus incondicionales aliados), asuman potestades decisorias a propósito del conflicto israelo-palestino?

¿Es acaso posible aplicar en estas condiciones los elementales principios de ecuanimidad, transparencia y objetividad aseguradores de un veredicto ajustado a derecho?

En cuanto a la profusión de impresentables resoluciones tergiversadoras del estatus histórico de Jerusalén y sus vínculos con el pueblo judío, probablemente no hallemos mejor manera de aventar dudas y falacias que apelar al rico arsenal documentario que nos proporcionan la historia y la arqueología, retrotraernos veinte siglos y detenernos en los dramáticos sucesos que entonces marcaron a sangre y espada los destinos de la capital de Judea.

Mediática o presencialmente todos conocemos el Coliseo de Roma, monumental ícono de la arquitectura antigua (declarado bien patrimonial de la humanidad por la UNESCO en 1980), y cuyos restos aún revelan la funcionalidad y magnificencia de su diseño constructivo. Con singular brío comenzó a edificarse a instancias del emperador Vespaciano en el año 72 D.C, siendo inaugurado ocho años después por su hijo y sucesor Tito Flavio.

Pero poco se ha divulgado acerca del origen de los recursos destinados a su construcción, los cuales no provinieron precisamente de los aportes de los contribuyentes locales, sino del producto de los saqueos perpetrados por las fuerzas comandadas por el propio Tito en el año 70 D.C, durante el devastador asedio a Jerusalén que culminó con la destrucción del Segundo Templo (Dubnow, 1977).

Muchos de los judíos capturados tras las refriegas serían trasladados a Roma y utilizados como esclavos durante el desarrollo de las obras.

Como testimonio de lo que dio en llamarse “La primera guerra judeo-romana”, existen indelebles Imágenes alusivas esculpidas sobre el Arco erigido en homenaje a Tito en el siglo I (Cob, 2014). Entre los objetos que allí se destacan, cobra singular significación y valor documental la presencia de la Menorá, el candelabro del Templo.

Para quienes pretenden “oficializar” que la sacralidad de Jerusalén  nace con el Islam, precisemos que el Segundo Templo (construido en el siglo VI A. C -tras el retorno del exilio babilónico- sobre las ruinas del Templo de Salomón), se hallaba emplazado en el predio sobre el cual recién en el 710 D.C, o sea 640 años después de su destrucción, se levantaría la mezquita de Al-Aqsa.

Con el afán de borrar todo vestigio de presencia judía en la región, en el 135 D.C (ya desarticulada la rebelión de Bar Kojba) el emperador Adriano decretó que la provincia de Judea adoptase la denominación de Siria-Palestina, término no vinculante con lo que se pretende significar hoy como pueblo palestino, en tanto alude a los filisteos, antigua nación enemiga de los hebreos de la que por entonces no quedaba vestigio alguno. Otra de las medidas tomadas por Roma fue sustituir el nombre de Jerusalén por el de Aelia Capitolina (Vidart, 2017).

Recién volvería a utilizarse dicha denominación a partir de la instauración del Mandato Británico en Medio Oriente, luego de finalizada la Primera Guerra Mundial.

Como se desprende de esta sucinta revisión, los números no mienten. Un simple abordaje secuencial de dichos acontecimientos bastaría para no incurrir en vulgares transfiguraciones de la realidad. La entrañable relación forjada a través de milenios entre el pueblo judío y su tierra es altamente refractaria a cualquier dictamen viciado de falsedades. No se puede borrar de la historia por arte de birlibirloque hechos y lugares inextricablemente ligados a las matrices culturales y espirituales de la civilización judeo-cristiana.

Para muchos activistas de la causa palestina los documentos historiográficos y los libros son, aparentemente, simples objetos condenados a reposar platónicamente ilesos sobre los anaqueles de librerías y bibliotecas.

Por su parte, la doble moral de la ONU  a la hora de las sanciones se trasunta en su pasmosa inoperancia frente a la agobiante situación que viven, por ejemplo, las economías más sumergidas como consecuencia de implacables políticas aislacionistas y proteccionistas implementadas por las principales naciones del mundo desarrollado.

Tampoco la muerte por hambre de 85.000 niños yemenitas durante los últimos tres años, en un país pronto a convertirse en la Biafra del siglo XXI, parece justificar una urgente conminación al mundo árabe a poner coto a esta tragedia humanitaria.

En tanto el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) se limita a emitir tibios e infructuosos apercibimientos pour la galerie,  los estados industrializados continúan transgrediendo impunemente los protocolos de prevención del calentamiento planetario.

La indiscriminada tala de árboles, la contaminación de las napas friáticas, el uso abusivo de agro-tóxicos, la minería a cielo abierto, el enterramiento de desechos radioactivos y el vertido de chatarra tecnológica en mares y océanos, ya no son solamente prácticas aisladas consumadas en las sombras por furtivos expoliadores de riquezas naturales. Hasta este momento, ningún tribunal internacional está dispuesto a juzgar y condenar a los responsables. Pese a la flagrancia de estos atropellos contra la biosfera, quienes poseen potestades sancionatorias jamás suelen traspasar el mero plano  declarativo…

Han pasado ya exactamente 70 años desde la promulgación de aquella histórica  Resolución  217 A (III) de la Asamblea General de las Naciones Unidas que diera forma y contenido a la loable Declaración Universal de los Derechos Humanos. Evidentemente, poco se ha honrado desde entonces el espíritu altruista de sus redactores.

Mientras el mundo se cae literalmente a pedazos, discusiones bizantinas y ciceronianos discursos siguen marcando la tónica de las deliberaciones que conflicto tras conflicto y año tras año se celebran en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU.

En tanto el lobby anti-sionista internacional -posmoderna expresión del más rancio antisemitismo de todos los tiempos- insiste en sindicar a Israel como la madre de todas las discordias, el surgimiento y reverdecimiento por doquier de rampantes movimientos ultranacionalistas (de neta inspiración nazi-fascista) es un alarmante hecho que no parece inquietar en demasía al supremo organismo internacional y, menos aún, merecer una resolución condenatoria orientada hacia acciones concretamente resolutivas.

A modo de colofón, y a propósito del antisemitismo, el inefable Jean Paul Sartre, bastión del existencialismo y del pensamiento filosófico del siglo XX, supo reflexionar alguna vez que si los judíos no existieran, seguramente los antisemitas se encargarían de inventarlos…

                                                                        

*Jorge Schneidermann es Licenciado por la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (UdelaR), docente de la Cátedra de Judaísmo “Nisso Acher” del Instituto de Sociedad y Religión del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica del Uruguay, ensayista y columnista de diversos medios nacionales y extranjeros.

Mails: schneiderlaiser@hotmail.com y jorgeschneidermann@gmail.com

 

Bibliografía

Cob, A. (22 de noviembre de 2014). Comentario del Arco de Tito [texto]. Recuperado de http://anacob3.blogspot.com.uy/2013/10/obras-conmemorativas-romanas-arco-de.html

Dion, C. (2004). Historia Romana. Obra completa. Madrid: Gredos.

Dubnow, S. (1977). La destrucción de Jerusalén. En Manual de la historia judía. Buenos Aires: Sigal.

Jews News (15 de Agosto de 2014). There is no “Palestine” in the Koran. Allah gave Israel to the Jews. Recuperado de http://www.jewsnews.co.il/2014/08/15/jordanian-sheikh-there-is-no-palestine-in-the-koran-allah-gave-israel-to-the-jews/

Naciones Unidas (1945). Capítulo I: Propósitos y principios. En: Carta de las Naciones Unidas. Recuperado de: http://www.un.org/es/sections/un-charter/chapter-i/index.html

Roldán, J. (1989). El Imperio romano. Madrid: Ediciones Cátedra.

UNESCO (2014). Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Recuperado de: http://unesdoc.unesco.org/images/0022/002269/226924s.pdf#page=7

Vidart, D. (26 de junio de 2017). ¿Los palestinos en la historia quienes fueron? [Primera clase de curso a distancia Mensuario Identidad].

Artículo publicado en: UY.PRESS (Agencia Uruguaya de Noticias), CCIU (Comité Central Israelita del Uruguay), Enlace Judío México-Israel y Unidos por Israel. 

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