“Consejos para mujeres que viajan solas”

Alejandra Levi

“Consejos para mujeres que viajan solas”

 

Escala en Londres,  Aeropuerto de Heathrow; ya conocido, pero nunca en la previa de Rosh Hashaná.

“Sorry”, “Excuse me”; cada un par de horas le tengo que solicitar a uno, de los casi 30 judíos ortodoxos que viajan hacia el Aeropuerto de Ben Gurión, para pasar al baño. Sabía de situaciones en donde no quieren sentarse al lado de mujeres y ha habido problemas; en este caso el problema era mi desconcierto. Durante todo el viaje un joven sentado delante de mí leía la Torá y se balanceaba, no durmió, todo el vuelo estuvo dedicado a sus oraciones; otro más joven cada tanto se levantaba a caminar y nos mira; nos mira con curiosidad, nos mira cuando nos reímos de recuerdos compartidos, cuando sin vergüenza le solicitamos a la azafata tomar un whisky. Me pregunto qué es lo raro para él? Seguramente lo sea todo, como lo es para mí. En Montevideo y en mi vida cotidiana no tuve nunca la oportunidad de un contacto tan cercano y menos aún con tantos hombres ortodoxos. Estoy viajando con una amiga que vive en Chile hace años educada en una familia cristiana y en un Colegio Cristiano de la ciudad de Paysandú. Siempre quiso conocer Israel y qué mejor oportunidad que ir para las fiestas en donde yo me voy a encontrar con familiares y amigos. Decidimos recorrer Israel en auto … “la mejor forma de conocer un país” y sin lugar a duda así lo fue.

Empezar recorriendo Israel por Tel Aviv es como empezar conociendo Brasil por San Pablo o Estados Unidos por Nueva York; si Nueva York es considerada la ciudad más cosmopolita de los Estados Unidos, Tel Aviv la supera ampliamente. Una espera en la Estación de ómnibus sobre la calle Lewinsky durante un par de horas debería ser un destino turístico obligatorio. Se hace difícil darse cuenta de que país proceden muchas de las personas que por allí circulan. Una se siente tentada a sacar fotos a los rostros, a las vestimentas de mujeres y hombres, y preguntarles a sus amigos de que dónde vinieron. No me puedo dar cuenta en que idioma hablan, veo carteles que promocionan espectáculos musicales y no sé en qué idioma están escritos. Como la espera se retrasa nos dirigimos a caminar, “para matar el tiempo”, por el barrio frente a la Estación. Carnicerías, peluquerías, casas mayoristas de venta de zapatos y ropa, y hombres y mujeres caminando con atuendos típicos de zonas del mundo para mí desconocidas. Hablo con un joven: vino de Ruanda, hablo con otro vino: de Ucrania; una relojería atendida por un señor anciano ruso me llama la atención por su decoración austera, mujeres drusas cruzan la calle con unos vestidos blancos, los rayos del sol los atraviesan y parecen mariposas caminando; asiáticos, de golpe escucho hablar en españoll﷽﷽﷽﷽﷽﷽golpe escucho hablar en españas res drusas cruzan la calle con unos vestidos blancos, los rayos del sol los atraviesanñol, no se trata ni de uruguayos ni de argentinos, me parece que son colombianos. Cada uno mantiene su forma de vestir, la vestimenta se ha tornado en mí como una obsesión, es lo que más me llama la atención. Por momentos me siento ser parte de una película de ciencia ficción, futurista y me parece que lo que falta es que pase caminando un androide. Árabes, si árabes. Y todos circulan con total tranquilidad y realizan compras y logran comunicarse perfectamente.

Me imaginaba un país con una presencia militar mayor. La maldita influencia de los medios de comunicación que muestran a decenas de oficiales del ejército israelí cuando hay algún atentado o cuando hay conflicto en la Frontera de Gaza. No veo esa presencia militar que me imaginaba ver. Intento buscar un parecido con alguna de las ciudades de Europa en las que he estado. Pero no encuentro ninguna similitud. Así me pasa con cada ciudad que visito y el leit motiv: lo cosmopolita parece ir en aumento; franceses, canadienses, más latinoamericanos, marroquíes, yemenitas, armenios, etíopes, irlandeses, más rusos, judíos hijos de iraquíes, israelíes cristianos.

Empiezo a encontrar cosas de mi en lo que veo, en los lugares que visito, en cada lugar en donde entro. Todo me parece familiar a pesar de esa enorme diversidad. Me siento identificada con mis gustos por ciertos objetos decorativos, por esa impresionante joyería en plata, por los colores, por los aromas; me siento cómoda, me siento como en mi casa en una geografía  y en un clima que nada tienen que ver con Montevideo.

Llega el comienzo del Shabat y nos dirigimos al Kotel. Presencio lo que había leído: mujeres jóvenes han comenzado hace tiempo un movimiento reivindicando su derecho a rezar y las veo bailar y cantar; es una fiesta, tienen 15, 20, 25 años; una con su cabellera color verde, otra con sus piercings y bailan y cantan, felizmente bailan y cantan, no hay nada impuesto.

En un momento de descanso luego de pasear todo el día, la gente comienza a mirar sus celulares, envían y leen whatsapps, siguen caminando pero todos están atentos al celular al unísono; todo sigue como hasta hace unos minutos atrás pero lo corporal cambia, todos están pendientes del celular, personas desconocidas comienzan a dialogar entre sí, “apuñalaron a un hombre, está grave”. Por primera vez entiendo que el peligro es tangible, por primera vez en días me doy cuenta que todo lo que veo no es armonía y convivencia, y temo por mis familiares y amigos porque no logro entender en qué ciudad apuñalaron a este señor; y, allí también yo tomo el celular y mando whatsapps. La rutina sigue igual, nada se paraliza, pero yo si estoy paralizada. No se trata de un robo, de un hurto ni de un copamiento, se trata de un hombre que fue apuñalado por otro por motivos religiosos, un hombre que iba caminando por la calle como lo estaba haciendo yo, como lo estaba haciendo mi amiga, como lo hacen mis familiares y amigos todos los días.

Al otro día me entero que el señor que fue apuñalado murió. Me da temor.

Todo sigue como el día anterior; para mí, no. Me cuesta darme cuenta que pasé por una situación que sabía podía pasar y pasó, y que todo tiene que seguir; me da vueltas en la cabeza cómo hace la gente que vive este tipo de situaciones de manera más frecuente. A las 48 horas yo tampoco estoy pensando en lo que sucedió. La capacidad de adaptación y de disociación son mecanismos que uno tiene que tener porque si no se paraliza de manera definitiva.

Días después bajo al patio de uno de los hoteles en donde estamos alojándonos. Es tarde, las 3 am, hablo a Uruguay, mando algunas fotos, contesto whatsapps y siento unos ruidos secos, de corta duración, parece una gotera pero no hay agua, parece como si se estuviera golpeando algo pero no hay viento. Me da curiosidad pero no me animo a preguntarle al conserje del hotel. Al otro día me entero que lo que yo escuché era el sonido de los misiles que intercepta la famosa cúpula. No puedo acreditarlo, cómo yo estaba sentada allí “abajo”, totalmente distendida, charlando y encima de mí había misiles? La sensación de extrañeza me desconcierta nuevamente. No podía ser posible que toda una ciudad estuviera dormida y cayeran  misiles en el cielo. De día probablemente suceda lo mismo y yo esté caminando como si nada pasara.

Ahora, esa armonía y convivencia que veo en los negocios de los Shuk y en las ciudades tiene que tener alguna “fisura”; es imposible que en un país con tantos grupos étnicos, con judíos que han venido de tan diferentes partes del mundo, con la tensión permanente de un posible atentado no haya alguna “fisura”. Y ahí me doy cuenta que yo también ya caí en esa “fisura”: el tránsito. Me encuentro en el medio de las rutas y de las calles de cada ciudad a las puteadas. Primero comienzo en inglés, luego ya paso al español. El tránsito es el lugar de catarsis de todos. Me pregunto por qué me están tocando bocina si no estoy cometiendo ninguna infracción, me pregunto por qué me insultan, por qué no respetan las señales, porqué manejan tan rápido, por qué no ponen el señalero si van a doblar. Lo hablo con mis amigos, “estás conociendo Israel” me dicen y se ríen. El tránsito parece ser el lugar en donde cada uno quiere marcar que “ese es su lugar”.  Hombres y mujeres, no importa la religión, el color, la etnia, la edad, todos gritan en el tránsito; y yo, también grito. Pero por qué grito? Estoy tensa y no es la tensión por el tránsito en sí mismo, no son las famosas rotondas que fueron construidas para que se manejara más despacio, no es el waze que me dice hacia donde doblar y a los cuantos metros debo doblar. Me doy cuenta que estoy cambiando de “chip” a cada momento, cuando entro en un negocio, cuando conozco una Iglesia, cuando me siento a comer en algún lugar; todo esa diversidad me atrapa y me fascina pero esos riesgos “inminentes” generan tensión.

Los contrastes pasan a ser evidentes en un país multifacético; Haifa, una ciudad distendida, “fresca”; Tel Aviv, una ciudad “musical”, colorida, llena de intervenciones urbanas y grafitis; Eilat, un lugar de turismo; Jerusalén, una ciudad en donde no todo lo que brilla es oro o plata, una ciudad en donde se percibe más tensión, en donde es más fácil escuchar hablar entre sus habitantes de temas vinculados a la “pertenencia” aunque de manera “políticamente correcta”.

 

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