El juego

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Anna Donner©®

Fue una decisión muy pensada, sabía de los riesgos que implicaba. Había dibujado mi firma, garante para ellos de que ya no podría reclamar nada. Me sorprendo de mi misma; jamás jugué a la ruleta y odio los casinos. Siempre pensé que aquello era una absoluta pérdida de tiempo y dinero y consideré a quienes pasaban las horas frente a las máquinas tragamonedas unos reverendos idiotas. No sé por qué estoy haciendo esto, el  dinero jamás me interesó. Nunca llené cupón alguno para ganar nada, nunca participé de sorteos, nunca un cinco de oro, ni siquiera una “raspadita”. ¿Qué hago hoy aquí? ¿Qué me impulsa a entrar? No puedo negar que el premio es más que seductor, un millón de dólares. Un hombre vestido de negro me recibe tras el gran arco de mármol: —Bienvenida, señora, permítame su abrigo. Me saco el tapado amarillo y se lo entrego, pero el hombre sigue ahí, mirándome inmovilizado. —¿Qué sucede? —inquiero. Con la mirada helada y sin movérsele un solo músculo del rostro dice: —¿Lo pensó bien? —Por supuesto—respondo. —En ese caso, despídase de su abrigo. No comprendo el porqué de tanta alharaca por dejar un simple tapado amarillo. —Deposite aquí —dice, señalándome un cesto, sus objetos personales. —¿A qué se refiere? —Alhajas, reloj, documentos. Cual autómata, asiento. —El dinero también— insiste. Ante mi mirada de desconcierto responde: —Aquí ya no lo va a necesitar.  Dejo de sacar conjeturas y obedezco. —¿Usted se hace responsable? —¿Por qué me pregunta eso? —Nos aseguramos. —responde. Asiento. —¿Usted declara que está de acuerdo con las condiciones? —No comprendo, yo ya firmé El Documento. —respondo ya un tanto fastidiada ante la insistencia de aquel hombre. —Nos aseguramos. ¡Otra vez la misma respuesta! —Bien, entonces sólo me resta desearle suerte y sea usted bienvenida al Juego. Sígame, por favor. Atravesamos una sala incólume, para adentrarnos en un infinito corredor. Otra sala. Otro pasillo. Pierdo la cuenta de los recovecos transitados. —Es Aquí—dice. —¿Dónde están mis adversarios? —En donde menos lo imagina. —responde y acto seguido me entrega un sobre lacrado. —Pensé que ya no se usaban estos métodos —exclamo sorprendida. —Usted ya no tiene el derecho de pensar. Aquí está la consigna. A partir de este instante, comienza El Juego. —concluye y se retira. Tomo asiento en una butaca negra. “¿Todo es negro aquí?”. Me concentro en el sobre, jamás había tenido entre manos uno lacrado. Me recuerda a las películas de época que tantas veces consumí. El púrpura del sello se extiende en unas enormes tenazas. Abro y cierro los ojos. El sello no tiene brazos. “Estoy nerviosa”, pienso y me centro en abrirlo. Extraigo un cartón y leo: “Bienvenida a El Juego por Un Millón de Dólares. Resultará ganador quien no rompa La Regla. La casa no se hace responsable.” La Regla. ¡La Regla! ¿Y cuál es? Reviso el sobre y contiene otro folio doblado. Lo despliego temblorosa: “Lo que es Verdad es Mentira y lo que es Mentira es Verdad”.

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