LA VANA ILUSIÓN DE LA POSESIÓN

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LA VANA ILUSIÓN DE LA POSESIÓN

Curiosa, pero significativamente, en hebreo no existe “tener”; no hay verbo que encarne semejante noción. Ni el tiempo verbal ni el modo ni la persona o el número gramatical posibilitan la existencia de un término así. Es una característica sumamente particular y constitutiva del idioma hebreo y su naturaleza, la cual está indefectiblemente enraizada en una espiritualidad y en un esfuerzo notablemente afanoso por encarnar e implantar semejante sensibilidad ante la realidad.

Lógicamente, la pregunta que nos hacemos los occidentales o aquellos cuya lengua materna procede de algún origen indoeuropeo cuando comenzamos a aprender la lengua hebrea es cómo se manifiesta la noción de la posesión en relación al sujeto en el idioma hebreo. La solución es tan simple como reveladora: en tiempo presente se dice “hay” (iesh) / no hay (ein) algo para alguien”, y en los tiempos pasado y futuro se dice “fue (o estuvo) / será (o estará) algo para alguien”. El orden sintáctico de la oración se invierte por completo: el sujeto nunca posee nada, sino que la existencia del objeto se pone a disposición de aquel en determinado momento. La presencia de lo que se pone a disposición es tan influyente en la construcción oracional, que ese verbo -ser o estar- (LIHIOT) se conjugará en función del objeto y no del que lo posea. He aquí un valor moral notable que subyace este comportamiento gramatical: absolutamente nada, por más inánime que sea, debería ser tratado en calidad de “cosa”, es decir, como objeto legítimamente pasible del trato que al sujeto se le antoje tener con él, y toda acción que se ejerza sobre el mismo (léase “verbo”) debería respetar y velar por su integridad absoluta, considerando y contemplando las consecuencias que dicha acción acarreará para el objeto. Dicho de otro modo, se trata de convertir todo lo objetivo en subjetivo, o sea adjudicarle a lo que se posee el carácter de sujeto, tratarlo como tal, no manipularlo como cosa inerte al antojo arbitrario y caprichoso del que se impone o se erige sobre la misma. Darle derecho propio, derecho de ser por sí mismo, aunque lo que yazca delante de nosotros no sea más que una ligera pluma navegando por el aire. Simplemente contemplar lo que es capaz de hacer por sí mismo, aunque sea la propia naturaleza la que cambie su suerte y su existencia en el mundo, pero nosotros, los humanos, mantenernos en el molde y admirar el curso de los acontecimientos naturales sin nuestra injerencia. Qué noción tan interesante, formativa y relevante para los tiempos en los que vivimos, en los que la escasez, la pobreza y la insostenibilidad de los recursos y el medio ambiente azotan como males despiadados sobre la humanidad: el criterio de la abundancia de los objetos (léase “recursos”) no depende del número de sujetos que los posean o los administren sino del grado de disponibilidad que exista para todos en general. Es decir, la abundancia no se crea cuando se multiplican sus demandantes y se distribuye entre ellos la

 

cantidad limitada de recursos que exista, sino cuando precisamente se aumenta óptimamente, en el sentido más amplio y positivo de la palabra, la existencia de esos objetos / recursos. Dicho en términos gramaticales, que tanto hacen a nuestra realidad humana, la abundancia se multiplica en la medida en que pluralicemos la existencia de los objetos / recursos. No estoy haciendo aquí una apología de la voracidad capitalista ni mucho menos; estoy señalando una realidad evidente, que hasta se pone de manifiesto casi de forma natural en la estructura de la lengua.

Y por si a alguno le resta alguna duda de la profundidad semántica y consecuentemente filosófica del idioma hebreo en relación a esta condición idiomática, permítaseme señalar una enseñanza más de este antiquísimo pero aleccionador idioma: el hecho de que en última instancia nadie sea realmente poseedor de nada en este mundo nos crea la consciencia de que hay una existencia primigenia, fundamental y trascendente que sostiene todo lo que existe (llámese “Dios” o como usted más quiera) y con la cual, a lo sumo, podemos contribuir o colaborar para ayudar en su mantenimiento o fructificación. En definitiva, como enseña el texto bíblico, se trata de ser el mejor huésped posible de esta casa llamada “Tierra” y explotar todo nuestro potencial para construirla, mejorarla, protegerla y fortalecerla, pues lo cierto es que creerse dueño y señor de este mundo, explotándolo a mansalva y sin ningún tipo de escrúpulos para la sola y mera satisfacción egoísta de uno mismo es tan vano como despreciable.

Al final, todos desaparecemos y nadie se lleva nada de este mundo y, en el mejor o más ilusionante de los escenarios, nos integramos al resto de la naturaleza y el cosmos. Como se nos recuerda y se nos alecciona en los primeros capítulos del Génesis: “Porque polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3: 19).

Rodrigo Varscher

2 pensamiento sobre “LA VANA ILUSIÓN DE LA POSESIÓN

  1. ADOLFO SVARTZNAIDER

    VENIMOS SIN NADA AL NACER Y NOS VAMOS SIN NADA AL MORIR.
    DURANTE LA VIDA CREEMOS SER DUEÑOS DE LO QUE POSEEMOS.
    LAS COSAS SON DEL QUE LAS NECESITA.
    SOLO TENEMOS DERECHO AL USUFRUCTO DE LAS COSAS.
    VENIMOS AL MUNDO A AYUDAR AL PROJIMO.
    A LOS DEMAS COMO A TI E INCLUSO MAS QUE A TI.
    SHALOM

  2. Luis Villanueva

    Muy interesante reflexión, aunque en el último párrafo te contradices (en mi humilde opinión y con todo respeto) ya que afirmas …”todos desaparecemos…” en realidad “nuestros átomos” siempre quedan aquí.

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