René Descartes fue el primero que se planteó esta duda

Ciclo sobre interrogantes filosóficas

¿Qué es el yo?                                             

Clara Libatter

Los filósofos escépticos sostienen que no podemos estar seguros de nada. Llegan a dudar hasta de nuestra propia existencia y algunos creen que es posible que lo que creemos experimentar nos sea inducido de forma artificial por científicos o alienígenas.

René Descartes fue el primero que se planteó esta duda, por eso se lo considera fundador de la filosofía moderna, que se caracterizó, justamente, por dar prioridad a la teoría del conocimiento sobre la metafísica. Descartes se preguntó si lo que consideramos real no sería un sueño del que nunca despertamos, en el cual también soñamos que nos dormimos y soñamos, y en el que también soñamos que nos despertamos. Por otra parte, también planteó la posibilidad de que, en vez de que todo sea un sueño, quizás fuéramos víctimas de un genio maligno que nos hace creer que vemos lo que vemos, que tocamos lo que tocamos, etc., con el fin de disfrutar de nuestras equivocaciones. En ambas hipótesis nos equivocaríamos en todo, porque lo que creemos verdadero, en realidad, sería falso. Descartes no era de los escépticos que creían que no se podía conocer la realidad, sino que su escepticismo era el comienzo de su búsqueda de un método para lograr conocer la realidad fehacientemente.

Ahora bien, a pesar de que dudo de que exista una realidad o de que ni siquiera tenga un cuerpo, puedo tener aunque sea una certeza: que yo existo. Porque quien duda de la existencia de toda realidad tiene, al dudar,  al menos la certeza de ser. O sea, al decir de Descartes, cogito, ergo sum, pienso luego existo. Con la palabra pienso, alude a la capacidad de razonar, pero también a todo lo que ocurre en la mente como soñar, percibir, equivocarse, dudar, etc.

Siguiendo ese razonamiento, ya no dudo de que yo exista, pero ¿qué o quién es ese yo? Descartes le llama res cogitans, cosa que piensa. David Hume ha planteado una serie de objeciones a este respecto ya que podemos percibir, sentir, desear, calcular cosas, pero no podemos percibir esa cosa que piensa, no podemos percibir el yo. Sostiene que cuando intentamos darnos cuenta de lo que es yo mismo, lo único que podemos observar son percepciones particulares (frío, calor, luz, sombra, placer, dolor). Afirma que creemos sentir una sustancia ininterrumpida a la que llamamos “yo” debido a las sucesivas impresiones que tenemos. Pero estas son contenidos de conciencia, no la conciencia misma. El sujeto personal jamás se percibe, por ende también es un espejismo. Sin embargo, ¿quién o qué lleva a cabo esa comprobación? Lo que sentimos o percibimos en determinado momento está ligado a percepciones o experiencias anteriores que forman un complejo con otros recuerdos y que, además, se aloja entre ellos. Es decir, tenemos conciencia y también autoconciencia.

Cuando Descartes hablaba de la existencia del yo, en realidad estaba pensando en el alma. Para él, el alma es algo separado del cuerpo, al que controla mediante la glándula pineal como si fuera un piloto que pilotea un avión. Esta noción no nos es ajena, todos creemos que tenemos un alma en el sentido cartesiano. También creemos firmemente que tenemos nuestra identidad, que se mantiene y que nos diferencia de los otros desde el momento en que nacemos hasta que morimos, a pesar de experimentar diferentes emociones, pensamientos y sensaciones, y a pesar de los constantes cambios que sufrimos. Hay algo que se mantiene estable a través del tiempo y que permite que yo sea la misma aunque me aparezcan numerosas nuevas características y otras tantas me desaparezcan.

Entonces, mi yo no está formado solo por lo mental (el alma, según Descartes), sino también por mi cuerpo, al cual considero mío y que sigue teniendo continuidad a pesar de sus transformaciones. Pero, ¿qué es mi cuerpo? Decir que es lo que siempre va conmigo no es exacto porque, como dijimos, hay partes que son mías en forma transitoria, incluso el corazón, cuando me lo cambian en un transplante. Sin embargo, estamos convencidos de ello. Pero, ¿somos un cuerpo o tenemos un cuerpo? Según Descartes, tenemos un cuerpo, idea que también existe en ciertos ámbitos en los que se afirma que el alma está encerrada en un cuerpo. Si así fuera, ¿en qué parte del cuerpo estamos nosotros? Generalmente, cuando decimos “yo”, nos tocamos el pecho, pero, en realidad, creemos que está en el cerebro.

Por otro lado, hay quienes creen que somos nuestro cuerpo. Aristóteles sostenía que el alma es la forma del cuerpo. Le llamaba “forma” al principio vital que nos hace existir. En la actualidad, la neurobiología sostiene que los nuestro sistema nervioso, cuyo centro es el cerebro, produce los fenómenos mentales de nuestra conciencia. O sea que el alma sería el efecto de una función del cuerpo. Sin embargo, lo producido tiene cualidades diferentes que aparecen a partir de lo que los produce. No podríamos pensar o reír sin nuestro cuerpo, pero el pensamiento y la risa tienen otras características que no se explican solo por las funciones fisiológicas.

Ahora, mi cuerpo es un objeto que está rodeado de otros objetos y tengo experiencias externas con ellos. Pero también tengo experiencias internas como sufrir, gozar, imaginar, analizar, que también tienen relación con el mundo exterior aunque eso no sea comprobable exteriormente y solo yo lo puedo sopesar. Ese yo que puedo explorar me lleva a preguntarme si hay otros yo en los seres que se me asemejan pero de los que puedo constatar solo su parte externa. ¿Cómo sé si sienten lo que yo siento, si es que sienten? Yo solo tengo acceso directo a mi propia mente y, con respecto a los demás, solo puedo atenerme a lo que manifiestan exteriormente. Si no creo que haya otros yo, entonces soy solipsista.

Ludwig Wittgenstein dio un poderoso argumento en contra del solipsismo: no es posible que haya un lenguaje privado. Es público y no lo inventé yo. Es decir, para que exista un idioma, debe ser comprendido por otros y, de ese modo, poder compartir los significados y manejar palabras. Sin el lenguaje no podría pensar, por lo tanto no podría reflexionar sobre mi yo.  Es mediante el lenguaje que doy cuenta de mi interioridad y también de la de los otros. Es por medio de la palabra que en el diálogo el pasa a ser un yo y viceversa. El yo existe porque existe el .

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