Freud y la encrucijada de la cocaína.

FREUD Y LA ENCRUCIJADA DE LA COCAÍNA.

Freud… ¿adicto?

Por Lic. Psic. Elianá Schneidermann[1].

Introducción:

En primera instancia, la idea es iniciar un recorrido que nos permita delimitar el concepto de adicción desde una perspectiva psicoanalítica y adentrarnos en las diversas aproximaciones etimológicas que sobre el término se han esgrimido. En tal sentido, procuraremos desmitificar su significación, a fin de no caer en lugares y confusiones comunes.

A posteriori, referiremos al encuentro de Freud con la cocaína, a la particular relación que estableció con dicho alcaloide y a sus distintos posicionamientos frente al mismo en el decurso del tiempo. Asimismo, procederemos a rastrear brevemente el concepto de adicción en su obra.

Este trabajo pretende trascender un mero desarrollo teórico, e involucrar al lector, brindándole elementos de juicio que le permitan dilucidar en qué medida Freud hubo o no de sucumbir ante los efectos adictivos de esta sustancia, y concomitantemente, conocer una cara no tan difundida del fundador del Psicoanálisis. 

Una aproximación psicoanalítica al concepto de adicción:

Cabe apoyarnos, en un primer momento en Mc Dougall (1998), quien sostiene que tal término nos remite, en su etimología, a la condición de esclavo[2], metáfora que considera más adecuada que la de búsqueda de veneno (“toxicomanie”[3]) o deseo imperioso de envenenarse. En virtud de dicha concepción, podríamos comprender cómo, si bien el sujeto adicto no tiene por fin encadenarse al objeto de adicción -ser esclavo de éste-, ese será inexorablemente su destino.

Por otra parte, consignemos que algunos autores definen el concepto de adicción a partir de la separación de la palabra en: a-dicción, es decir, el prefijo a como negación, deduciéndose como significado el no-decir. Sin embargo, Assandri (2001) plantea que la aceptación de esa interpretación etimológica, que prácticamente definiría la etiología del problema, ha conducido a un error interpretativo, bajo el entendido que: “(…) el adicto resiste al decir y por eso mismo incurre en el consumo de sustancias” (p. 15).

Siguiendo ese flujo de pensamiento, el adicto sería aquel sujeto que no-dice, y que, en consecuencia, apela a un consumo problemático de sustancias (Assandri, 2001). Lo interesante es que, según el citado psicoanalista, este término deriva de addictus[4], siendo el prefijo ad, en lugar de a, con lo que la etimología no indicaría no-dicción, sino dedicación, inclinación[5]. De lo enunciado se podría inferir que no estaríamos aludiendo a resistencias instaladas en el plano de la palabra; se trataría de “(…) un sujeto que opera bajo un dictado que ignora y no logra descifrar” (p. 15, 16). Lo expuesto podría inducirnos entonces a modificaciones en las estrategias de trabajo con este tipo de consultantes.

Por lo tanto, desde los postulados de Assandri (2001), pensar en términos de adicción estaría retomando la premisa psicologista a partir de la cual el principal papel lo tiene la palabra, y por ende, verbalizando se alcanzaría la supresión del consumo problemático de sustancias, cuando en realidad esa no sería la única vía resolutiva. Coincidimos con Tarrab (2011) en que hablar no significa garantía alguna, pero aleja a la muerte, al menos transitoriamente. Es importante pues, pasar del silencio o el “no hablar” que suele suponer la intoxicación, a verbalizar, a poner en palabras en la instancia clínica. En función de ello, es dable plantear la necesidad de habilitar la palabra en el adicto.

Obviamente, no deberíamos desvirtuar la trascendencia que tiene la palabra, pero para Assandri (2001), adquiere más peso la imposición de límites o barreras a los actos, por lo que entendemos significativo transitar del pasaje al acto, al decir (Tarrab, 2011). Convengamos que en el Psicoanálisis se trabaja con la palabra, expresando ya Freud en 1915 que “en el tratamiento analítico no ocurre otra cosa que un intercambio de palabras entre el analizado y el médico. El paciente habla, cuenta sus vivencias pasadas y sus impresiones presentes, se queja, confiesa sus deseos y sus mociones afectivas” (p. 14, 15). Referimos a palabras que pueden gratificar o, en su defecto, empujar al individuo hacia un abismo. Hoy, en 2017, aún podemos afirmar que las palabras son el medio fundamental para evocar sentimientos, manifestar emociones y la herramienta universal a partir de la cual los hombres influyen a sus pares (Freud, 1915). De hecho, constituye el principal recurso con el que cuenta el analista.

Retomando aspectos etimológicos, Fischbein[6] (2012), acompaña en cierto modo la crítica a la -a su criterio- habitual definición etimológica del término[7], es decir, aquella que remite a la imposibilidad de poner en palabras conflictivas vitales. Desde su perspectiva, la misma sería errónea y carente de consistencia semántica, ya que si desglosamos el término addictus con un fin analítico de las partes que lo componen, veremos que el prefijo “a” proviene del griego, en tanto la raíz “dictus” se origina en una voz latina.

Asimismo, le confiere cabal importancia a la segunda acepción que la Real Academia Española (en su vigésima edición) asigna al vocablo “adicto”, considerándolo en términos de entrega, asignación, adhesión, lo cual se hace ostensible en la relación establecida entre el sujeto adicto y el objeto de adicción, o sea, en la esclavitud, la obligatoriedad, y por ende, la dependencia. Es de tener presente, que las características mencionadas son efectos diametralmente opuestos a los esperados por el sujeto adicto, a saber, la sustancia como agente liberador (Sorrentini, 2012).

Podríamos colegir entonces, que su posicionamiento es muy similar al de Assandri (2001), en tanto concibe el término addictus como originado en el latín, con el significado de heredado o adjudicado. En efecto, Fischbein (2012) argumenta que “(…) en latín, el prefijo ad significa hacia y dictus, decir o declarar. De este modo, el sentido original sería: estar obligado, dedicado o entregado a algo o alguien” (Fischbein, 2012, p. 34).

Concluyendo en torno al significado del término adicción, cabe acotar que Sorrentini (2012), si bien adhiere a lo anteriormente expuesto (sea en cuanto a la etimología o en lo que concierne al sometimiento al objeto de adicción), no descarta la idea de asociar la adicción con lo no dicho, lo que no tiene palabras.

He aquí una breve muestra de coincidencias y similitudes en el desarrollo conceptual que llevan adelante diferentes autores de raigambre psicoanalítica.

Freud y las sustancias:

Coincidimos con Vera (1988) en la importancia de retroceder hacia 1882, no sólo para comprender la cocaína en tanto promesa y proyecto para el joven Freud (como el primero sostiene), sino también, a nuestro juicio, para ubicar qué intereses lo guiaban en ese entonces y entender cuáles son las circunstancias en que se produce la irrupción de esta sustancia en su vida. A modo ilustrativo, consignemos que en ese mismo año, y recientemente graduado, Freud desempeñaba funciones en el Instituto de Fisiología, bajo la dirección de su maestro, el profesor Brücke. Por aquella época, la investigación ocupaba un lugar de privilegio en su escala de prioridades académicas; sin dudas, constituía su principal vocación. Sin embargo, su interés investigativo se verá resentido por razones de índole económica, siendo instado por su maestro a abandonar la carrera teórica. Posteriormente incursiona, al decir de Vera (1988), en una práctica médica que no deseaba.

Dos años después, en 1884, se dispone a investigar la función curativa de la cocaína (Resala, 1997). En efecto, desde su descubrimiento (a partir de la lectura de un artículo de Theodor Ascenbrandt[8]), estudia y comienza a conjeturar acerca de las potenciales virtudes curativas de dicha sustancia (Soldati, 2010). Prontamente comprueba, no sin asombro, su poder inductor de estados que permitan sobreponerse a alteraciones físicas y mentales.

Aún no había finalizado ese año cuando “un interés colateral pero profundo me había movido (…) a solicitar a la casa Merck cocaína, alcaloide poco conocido en esa época” (Freud, 1925, p. 14). Subrayemos que, a diferencia de lo que acontece desde 1906 hasta nuestros días, en aquel contexto, el mentado alcaloide no se hallaba prohibido y por tanto, no padecía restricción alguna desde el punto de vista normativo-legal (Allouch, 1993).

Ya habiendo podido acceder a la sustancia, en abril de ese mismo año, comienza a experimentar consigo mismo, método científico de frecuente aplicación en esa época (sostuvo dicha práctica hasta su autoanálisis).

Desde el comienzo se generó en él una cierta idealización en cuanto a las propiedades de la cocaína, principalmente por la celeridad con la que actuaba en la supresión, tanto del dolor como de la tos gástrica. No sólo la recomendaba (por ejemplo, a su futura esposa Martha y a sus hermanas), sino que también la consumía con la intención de tratar síntomas físicos (problemas digestivos, fatiga) y mentales (depresión, apatía), que a su criterio, incidían en su performance profesional (Soldati, 2010). El propio Freud se sentía aquejado de neurastenia, y coincidiendo con la tesis de Mantegazza[9], entendía que las virtudes de este alcaloide eran aplicables al tratamiento de esa entidad nosológica.

En el curso de ese mismo año, Freud publica Über Coca (Sobre la cocaína)[10], obra con la cual procura cobrar notoriedad en el concierto médico y consolidarse económicamente, a los efectos de contraer enlace con Martha Bernays (Soldati, 2010).

Precisemos, que la difusión de sus trabajos al respecto provocó dentro del establishment científico de la época pronunciamientos encontrados, vale decir, desde ciertos sectores, el reconocimiento a sus posturas, y por otro lado, una acerba oposición, como fue puntualmente el caso de Erlenmeyer[11], quien le acusó de desencadenar el cocainismo en Europa (Resala, 1997). Si bien su propuesta inicialmente es de buen recibo, ello no logrará sostenerse en el tiempo. Ulteriormente, la cocaína pasará a ser considerada flagelo[12].

Independientemente de lo expuesto, la cocaína se erigiría en su circunstancial compañera de ruta[13], cumpliendo, según Vera (1988) un papel en el progreso del Psicoanálisis[14]. En este sentido, el autor destaca que el contacto de Freud con esta sustancia desempeñaría un rol preponderante en el encuentro con su vocación médica (hasta entonces se había focalizado en la tarea investigativa, sin dar muestras de afición o interés por la praxis médica), y el consiguiente deseo de curar, en primera instancia, sus padecimientos depresivos y afecciones psicosomáticas, y en segundo  término, a su amigo Fleischl, devenido morfinómano (Vera, 1988). Señalemos pues, el carácter de mojón que adquiere dicha experiencia en la historia personal y académica de Freud, en la medida que propicia, como decíamos, su encuentro con una vocación médica hasta el momento por él desconocida. A partir de entonces, comienza a abrazar fervientemente su afición por el arte de curar y asistir al individuo en sufrimiento (Vera, 1988).

No debemos soslayar que aquél connotado científico[15] representaba simultáneamente para Freud, tanto un ideal como un rival, en la medida que ocupaba un cargo sumamente ambicionado por él. De hecho, llegó a desear en secreto su fallecimiento con el fin de acceder a una promoción. Sin embargo, el destino determinaría la cristalización de la fantasía de Freud (Vera, 1988).

Tras apelar recurrentemente a la morfina como medida extrema para aplacar el intenso dolor que le provocaba una dura enfermedad de etiología neurológica, incorpora a instancias de Freud la cocaína como recurso aplicado al tratamiento de su adicción al derivado opiáceo. No obstante, los resultados son radicalmente opuestos a los esperados: de ser un medio para atenuar el dolor, se transforma en un fin en sí mismo (tal como había ocurrido con la morfina). En consecuencia, Fleischl se vuelve adicto, lo cual promueve un agravamiento de sus síntomas, precipitándose su deceso[16].

Si bien era notorio el cuadro adictivo que presentaba Fleischl, Freud apela por primera vez -a nuestro criterio-, al término adicción en la carta número 79 (1897) que cursa a su leal amigo y confidente Wilhelm Fliess. En la misma argumenta que las adicciones constituyen reproducciones, reemplazamientos o sustituciones de la denominada obsesión masturbatoria, en tanto, “primero y único de los grandes hábitos” (Freud, 1897) (Resala, 1997, p. 1). De este modo, Freud (1897) plantea al onanismo como adicción primordial[17], mientras que otras clases de adicciones como el morfinismo, alcoholismo, tabaquismo, etcétera, oficiarían como sustitutos de aquélla. Lo anterior entonces, se infiere como principal antecedente del término en la obra de Freud, lo cual sostenemos en virtud de la recurrente presencia de los conceptos vertidos en esta carta en los textos abocados a este tópico (aludimos específicamente a la masturbación como adicción prínceps) y el no haberse constatado la presencia de desarrollos teóricos en torno a conceptos como adicción e intoxicación en publicaciones anteriores a 1897.

A posteriori, en 1930, publica el Malestar en la cultura en un momento coyunturalmente diferente desde las perspectivas, tanto teórica como cronológica. Ejemplificando, ya se encuentra publicado Más allá del principio del placer (1920), implicando ello la modificación de su teoría de las pulsiones y la introducción del concepto de pulsión de muerte (indisociable del de pulsión de vida)[18]. Asimismo, tres años después, con “El yo y el ello”[19] se da por inaugurada la segunda teoría del aparato psíquico.

En el primero de los tres textos arriba mencionados, refiere a la intoxicación como factor vehiculizador más directo y efectivo para evitar o mitigar el sufrimiento y displacer[20], en la medida que provoca sensaciones placenteras e impide temporariamente el contacto con las fuentes de displacer.

Lo anterior tiene lugar en el marco de una cultura donde el sufrimiento nos apremia[21] y la intoxicación hace las veces de quitapenas capaz de transportar al sujeto a otra dimensión, de generar una sensación de independencia respecto de la realidad y del mundo humano (Sorrentini, 2012).

Epilogando, podríamos decir que los desarrollos de Freud en relación con la adicción no parecen ser lineales ni sostenidos en el tiempo, sino esporádicos y puntuales (a modo de ejemplo: en 1897 postula la masturbación como adicción primordial y 33 años después refiere a la intoxicación). A su vez, constatamos cómo las diferentes producciones en ese sentido corresponden a distintos momentos del pensamiento freudiano, a saber, a fines del siglo XIX no había sido desarrollada aún la hipótesis del Inconsciente, ni se pensaba en términos de pulsión de vida y de muerte, nociones que entendemos de relevancia a la hora de pensar el fenómeno adictivo.

No obstante, ya situados en el siglo XXI, apreciamos la perdurabilidad y vigencia de sus textos, los cuales se constituyen en ineludible fuente de consulta para el abordaje de esta patología. En efecto, es irrefutable la importancia que mantiene la palabra para el Psicoanálisis (en tanto materia prima fundamental para la praxis clínica), así como la existencia de aspectos inherentes a la cultura que compelen al individuo a buscar el placer a partir de las sustancias u otro/s objeto/s de adicción.

 

Bibliografía

Allouch, J. (1993). Freud coquero. En Letra por letra: transcribir, traducir, transliterar (pp. 25-40). Buenos Aires: Edelp.

Assandri, J. (2001). Tener algo en el cuerpo. En Adicción. Cuadernos de la Coordinadora de Psicólogos (pp. 7-28). Montevideo: Coordinadora de Psicólogos.

Corominas, J. (1991). Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Madrid: Gredos.

Corominas, J. (2005). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos.

Fischbein, J. (2012, abril). La modalidad vincular como objeto de la adicción. La peste de Tebas, 16(51), 34-42.

Freud, S. (1884). Escritos sobre la cocaína («Über Coca»). En Otros trabajos (pp. 244-247). Barcelona: Anagrama.

Freud, S. (1897). Carta número 79. En Obras completas. Tomo I. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud (pp. 314-315). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1915). Primera conferencia. En Obras completas. Tomo XV. Conferencias de introducción al Psicoanálisis (partes I y II) (pp. 13-21). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1923). El yo y el ello (1923). En Obras completas. Tomo XIX. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925) (pp. 3-66). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1925). Más allá del principio del placer. En Obras completas. Tomo XVIII. Más allá del principio del placer. Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras (pp. 3-62). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En Obras completas. Tomo XXI. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y otras obras (pp. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu.

Jones, E. (1976). El episodio de la cocaína (1884-1887). En Vida y obra de Sigmund Freud (pp. 89-108). Tomo I. Buenos Aires: Hormé.

Kalina, E. (1997). Toda adicción es síntoma de otra cosa. En Temas de drogadicción (pp. 61-98). Buenos Aires: Nueva Visión.

Mc. Dougall, J. (1998). Neonecesidades y soluciones adictivas. Las mil y una caras de eros: La sexualidad humana en busca de soluciones (pp. 239-259). Buenos Aires, Barcelona, México: Paidós.

Resala, G. (1997, enero/febrero). Adicciones y “malestar”. Relaciones. Revista al tema del hombre. Serie Los drogos (VII), 152/153, 1-6. Recuperado de http://www.chasque.net/frontpage/relacion/anteriores/9701/adicciones.htm

Roth, M. (2010). Freud and Cocaine/ Freud and Otto Gross/ Psychoanalysis and

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Soldati, K. (2010). El desmantelamiento tóxico: clínica sobre la toxicomanía. Psicoanálisis. 32(1), 83-98.

Sorrentini, A. (2012, abril). Adicción: Una respuesta trágica. La peste de Tebas, 16(51), 11- 14.

Tarrab, M. (2011). Una experiencia vacía. Recuperado de http://www.nelmexico.org/articulos/seccion/varite/edicion/Sobre-Toxicomanias-y- Alcoholismo/309/Una-experiencia-vacia

Toxicomanie (s.f.). Diccionario francés Larousse. Consultado el 6 de julio de 2013, de http://www.larousse.com/es/diccionarios/frances/toxicomanie/78804?q=toxicomanie#77866

Vera, E. (1988). Drogas, psicoanálisis y toxicomanía. Las huellas de un encuentro. Buenos Aires, Barcelona, México: Paidós.

[1] Egresada de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Formación de posgrado en Psicoterapia en pacientes con enfermedades orgánicas (Psicosomática Psicoanalítica) y en Psicoterapia en Servicios de Salud, específicamente en las orientaciones de Psicoanálisis y Psicología Médica.

Mail: eliana24190@hotmail.com

[2] Kalina (1997)  se muestra afín a dicha idea. Plantea que este concepto sienta raíces en el latín. A su vez, sostiene que “en la Roma Antigua, cuando una persona fracasaba y quedaba sin pertenencias, entregaba su vida, se entregaba a un determinado Señor y se convertía en su adicto” (Kalina, 1997, p. 62).
[3] El Diccionario Larousse francés, define el término toxicomanía como: “Habitude de consommer de façon régulière et importante des substances susceptibles d’engendrer un état de dépendance psychique et/ou physique”
[4] Según Corominas (1991) (2005) proviene del latín.
[5] El mismo autor añade el significado de “adjudicar”.
[6] Psiquiatra y psicoanalista argentino.
[7] Sin (“a”) palabras-dicho (“dictus”) (Fischbein, 2012).
[8] O Aschenbrandt según Allouch (1993). Fue un médico militar que experimentó con soldados acerca del eventual incremento de las resistencias a partir de la prescripción de cocaína (Soldati, 2010).
[9] Mantegazza fue un fiel defensor de las propiedades terapéuticas y fisiológicas de la planta de coca. Sus descubrimientos en torno a la misma fueron publicados en 1859 (Freud, 1884).
[10] Siguiendo a Allouch (1993), la publicación y difusión de dicho texto debía dar un espaldarazo a la reputación del creador del Psicoanálisis y asociar su nombre a dicho alcaloide.
[11] Médico psiquiatra alemán.
[12] Al decir de Roth (2010), Albrecht Erlenmayer acusa a Freud de introducir el tercer flagelo de la humanidad.
[13] Vale recordar que Vera (1988) aporta un pormenorizado informe acerca del encuentro de Freud con la cocaína, hurgando a su vez en la presencia de dicha sustancia a través del tiempo, con sus consiguientes implicancias y consecuencias.
[14] Jones (1976), discípulo y biógrafo oficial de Freud (Riera, 2011), difiere con dicho planteo, bajo el entendido que la cocaína constituyó un hecho circunstancial al que definió como “el episodio de la cocaína”.
[15] Fleischl se desempeñaba como uno de los dos asistentes de Brücke en su laboratorio, siendo en dicho ámbito, directo responsable sobre los trabajos de Sigmund Freud (Vera, 1988).
[16] De todo ello podría sobrevenir la siguiente pregunta: ¿el Psicoanálisis habría evolucionado indistintamente hasta constituirse en la disciplina que todos conocemos hoy en día, o habría tomado otras direcciones? De haber alcanzado el éxito a partir de la comprobación de la eficacia de la cocaína como anestésico local, quizás hoy estaríamos frente a una historia diferente.
[17] En dicha misiva, alude a la marcada trascendencia que adquiere esa adicción en la histeria. Incluso se interpela acerca de la existencia o no de una eventual cura para la misma, y consiguientemente, si habría de tener cierta efectividad el análisis o si simplemente habría que conformarse con la transformación de la histeria en neurastenia (Freud, 1897).
[18] Relevantes nociones a la hora de pensar la adicción en general y el goce mortífero del adicto en particular.
[19] La nueva conceptualización del aparato anímico abandona la idea de sistemas, incorporando la de instancias: consciente, inconsciente y preconsciente.
[20] A los efectos de interiorizarse acerca de las tres principales fuentes de desdicha del ser humano y las estrategias desplegadas para enfrentar ese sufrimiento, consultar: Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En Obras completas. Tomo XXI. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y otras obras (pp. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu.
[21] A partir del propio cuerpo, desde el mundo exterior (con su correspondiente potencial destructivo) y desde los vínculos interpersonales (Sorrentini, 2012).

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